MARCO A. HIERRO
Ya hemos percibido en Juan Serrano a un tipo valiente. Lo es porque ya no tiene las inconsciencia de los 20 ni el bienquedismo de los 30. Finito está tan seguro de quién es y qué se le ha perdido en esto del toro que no necesita medir sus palabras, aunque lo haga porque, como él mismo asegura, no tiene previsto retirarse jamás.
“Yo creo que los toreros no nos retiramos nunca”, afirma sin una duda. “Podemos tener periodos más o menos largos de descanso, pero nunca nos retiramos. A mí mi madre me parió torero y no sé qué otra cosa podría ser. Me gusta el fútbol, por ejemplo, y es una actividad que no me hubiera importado desarrollar, pero lo pienso como una hipótesis, porque nunca ha sido una opción real en mi vida”.
El toreo, obviamente, sí. Juan es un estudioso de las embestidas, de los comportamientos, de las soluciones que podrían aportarse a los problemas que plantea cada animal, porque sabe que no hay dos animales iguales y, sobre todo, que “no hay animal pequeño. En cualquier tentadero, en cualquier plaza o el cualquier parte te sale un toro o una vaca a los que no les das importancia por su escasa presencia y te hacen pasar las de Caín”, explica el matador. “Por eso tienes que conocer muy bien tu oficio y saber cómo se interpreta cada comportamiento para buscar la forma de sobreponerte a él. A mí me gusta analizarlo, comentarlo con los compañeros y hasta ponerlo en práctica cuando hay confianza para hacerlo”. El Fino tiene fama de ser uno de los toreros que mejor se desenvuelve en el campo y también que mejor trabajo ejecuta para el ganadero, que es quien debe seleccionar los comportamientos que él analiza. La tarea no es nada fácil, claro, pero tiene una belleza que no aparece en ninguna otra actividad. Por eso es tan hermosa y tan grande.
Pero tentar, tientan todos. ¿Cuál es el secreto que hace al Fino tan especial? Para él, no hay ninguno, pero sí una máxima fundamental: “Sé generoso con el animal”. Es la regla que uno jamás puede olvidar cuando pretende torear. “Una vez me dijo Manzanares padre que al toro primero hay que darle”, cuenta con cierta melancolía por la figura y por el amigo que se fue. “Y después esperar a que te devuelva o no todo aquello que tú le has dado. Pero si no le das… Aquí hay pocos milagros, amigo”. Aunque el propio toreo y la bravura sean milagros en sí. Y lo cierto es que tampoco sabes nunca cuándo te va a devolver el animal todo aquello que le entregas. Ni siquiera si lo va a agradecer. Pero si no lo haces, jamás habrás toreado. Ni vivido, porque la analogía con la propia vida está siempre presente en la mente de Juan.“Yo he aprendido mucho –y aprendo- de mi pasión por estudiar a los animales y sus comportamientos. Cosas que me han servido después en mi vida diaria. Ser torero sin duda me ha permitido realizarme como persona y ser feliz”, continúa. Y más en estos momentos, cuando las circunstancias fluyen como fluyó el toreo en Valencia las pasadas Fallas. Y ahora, una sustitución de Ponce lo coloca de nuevo en Castellón. Ningún torero quiere que se produzcan los percances de los compañeros, pero la realidad es que muchas veces son los que le permiten a uno entrar en los carteles y hasta estar en las ferias. Los 30 años de alternativa del Fino, además, lo hacen muy apetecible para abrir carteles, porque lo cierto es que aquí “cada uno mira por sus intereses”, espeta.
Esa falta de unión es uno de los problemas fundamentales que el Fino ve en el toreo. «Las circunstancias de los toreros no son todas iguales», explica Juan. Se nota que ha madurado lo que está diciendo a lo largo de muchos años de carrera y, por supuesto de experiencia. “Ni siquiera son iguales los momentos en los que esas circunstancias se viven. Eso hace que no sea lo mismo defender los intereses de un torero de ferias que los de uno que intenta entrar en el cartel de su pueblo porque si no, no lo ponen en ninguna parte. Esa diferencia provoca una desunión, y yo lo comprendo”. La forma en que Juan explica este tipo de conflictos denota su perfecto conocimiento del sector, porque él también lo ha sufrido.
“Mira, Marco, yo siempre he sido muy claro y no me he tapado a la hora de criticar lo que estaba mal, y eso me ha traído problemas algunas veces, pero yo soy así”, asegura con plena convicción. “Y en ocasiones he dicho cosas y he recibido llamadas y mensajes de compañeros para apoyar mis palabras y mis planteamientos, pero luego esas palabras no las secundan en público con hechos. Yo soy el primero que he visto y he criticado que había tres toreros que se quitaban de un cartel porque había cosas poco claras y automáticamente había otros tres para sustituirlos cinco minutos más tarde. Yo lo he criticado. Pero luego también me ha tocado ser uno de esos tres que sustituían porque las circunstancias habían cambiado. Y cuando lo comprendes porque te toca vivirlo entiendes también que en estas cuestiones hay muy poca solidaridad. Cada uno mira para su plato. Ojo, y me parece bien. Pero creo que una unión más efectiva sería mejor para todos”.
Así es Juan Serrano. Un espejo del otro lado del río al que nunca le importó estar de este. Finito de Córdoba es un genio a contracorriente para el que lo importante es sentir y transmitir. Una personalidad de las que ya no se fabrica. Tal vez porque el toro –y sobre todo su circunstancia- ya no tiene tiempo de moldearla…