ENTREVISTA (PARTE I)

Finito: "Si me hacen a mí lo que me hacen, qué le harán a los que empiezan…"


viernes 22 marzo, 2019

Ni siquiera estaba anunciado en Valencia; una sustitución lo puso en el camino del candelero tres días después de responder a nuestras preguntas. Y fue igual de sincero, igual de claro...

Ni siquiera estaba anunciado en Valencia; una sustitución lo puso en el camino del candelero tres días después de responder a nuestras preguntas. Y fue igual de sincero, igual de claro...

MARCO A. HIERRO

La mañana de la sierra invitaba a pasear, a abrir los pulmones, a salir de lo cotidiano y a airear un poco el espíritu entre tanto trajín de media verdad. Un pie en el campo y allí estaba él. Un Serrano, de nombre Juan, Finito por remoquete. De Córdoba por cuna y por pasión. Del alma y de la historia del toreo moderno por entrega y por sinceridad. Porque tal vez el Fino no aparezca nunca en la casilla del triunfador, pero cuántos triunfadores quisieran aparecer, como él, en los recuerdos del que pagó.

Ve el toreo con una nitidez poco común entre el crisol de matices tras el que se esconde la verdad. Quizá porque es consciente de que esa verdad no es de nadie, pero se deja cortejar por todo aquel que en verdad la persiga. Si lo haces durante tanto tiempo como él, que va por 29 años desde que tomase la borla y está del otro lado del río por actitud y convicción, estableces con ella una relación de confianza. Y tanto te supura la franqueza que te hace tan grande en ocasiones -casi siempre- como pequeño en otras -aquellas en las que no te quisieras ver…-.

«Después de casi 30 años como matador de toros y lo que anduve de novillero», rememora entre sonrisas, «es curioso que siento que cada día sé menos de esto -del toro-, pero eso me permite aprender cada vez que tengo la suerte de disfrutar de un día como hoy…». El Fino tiene la humildad de explicar que ha aprendido después de derramar sapiencia y conocimientos en un tentadero de bellas y bravas embestidas, pero de máxima complejidad en la comprensión de las necesidades de cada una de las cuatro vacas que salieron a la plaza. «Eso es lo más bonito de esta profesión; tener la posibilidad de aprender de cada animal que ves, en tus manos o en las de cualquier otro compañero. Y poder compartir tus sensaciones y tu percepción con los profesionales en un entorno como este, cuando las cosas han salido y han sido tan bonitas como hoy. Eso para mí no tiene precio»

Pero hay otras cosas que sí. Para Juan Serrano la categoría de un torero va íntimamente relacionada con la persona que lo encarna. En tres décadas, el Fino ha sido testigo del profundo cambio que ha experimentado el mundo del toro «a todos los niveles», según exlica. «No hace tanto tiempo que cortando una oreja en Madrid te pegabas un par de vueltas a España. Ahora yo veo a toreros jóvenes, con una calidad extraordinaria y un concepto tremendo que se quedan en receso después de abrir la Puerta Grande de Las Ventas. El último caso, por ejemplo, el de Álvaro Lorenzo, que tenía que estar puesto en todos los carteles del mundo y, sin embargo, ya no es fácil, ni mucho menos, hacerle toros ni a él ni a nadie». Juan habla con la sinceridad del aficionado, con la pasión del torero, pero también con la consciencia del profesional que se da cuenta de que el problema es mucho más grave del que queremos reconocer. Y lo más preocupante es que si se ha diagnosticado, todo el mundo quiere ocultar el cáncer que amenaza el futuro. Pero tiene muchas causas y todas las consecuencias confluyen en una.

¿Qué le ocurre al toreo, Juan? ¿Por qué se ve amenazado un espectáculo tan grandioso? La sonrisa que muestra es amarga. No tiene nada de jovial. «Somos nosotros, Marco. Aquí lo de menos son los antitaurinos ni las amenazas externas». Por ahí comenzamos el análisis de la situación. «Creo que un factor importante que ha minado la existencia de la tauromaquia es la falta de promoción. Del espectáculo, de su significado, de sus valores, pero sobre todo de los profesionales que deben buscar el relevo de los que llevamos tanto tiempo en esto. El sistema sólo se ha volcado cuando lo que había entre las manos era tan evidente que ya era un hecho. Y lo ha hecho para sacarle partido, no para cuidar la fuente de la riqueza en todos los sentidos. Yo lo he vivido muy de cerca, pero también he tenido que sentir la frustración de ir contando menos, de ver las injusticias y las maniobras de algunos para su beneficio personal. Y, ojo, me parece muy legítimo, pero siempre que se mire por el beneficio común, que lo hay y se está muriendo de abandono por parte de un sistema que sólo pretende exprimir, enriquecerse y tirar después, cuando entiende que lo utilizado ya no le sirve». La claridad de Juan no acarrea ni una brizna de resentimiento. Ni de amargor. Ni siquiera de reproche. Habla del ‘sistema’ como del mal necesario que el veterano sabe que debe soportar porque nunca se ha doblegado a él. Cuando se cansó de denunciar sus excesos trató de utilizarlo de la misma forma que había sufrido.

Porque Juan no es un recién llegado. En tres décadas como matador ha visto mucho. Tanto que ha pasado a “no reconocer muchos de los aspectos que yo veo hoy en el toro”, fundamentalmente –a pesar de que su exquisita educación no le permita decirlo- por la falta de talento y la proliferación de sinvergüenzas entre el sector empresarial. “Yo soy consciente de que tengo una trayectoria y también de que he escrito mis tres líneas en el libro de la historia de la tauromaquia”, asegura Juan con determinación, “pero también he tenido momentos en los que he sufrido la parte más fea del entramado empresarial. Me han dicho que iba a ocurrir algo que ya tenían pactado que no ocurriese para que se produjese otro hecho que era el que sí tenían hablado y me afectaba a mí. A mí, que pensaba que lo había visto todo en este mundo”, exclama jocoso. “Y si esto me lo hacen a mí, qué le harán a la ilusión desbordante de un chaval que empieza…”.

Y ¿cómo le ponemos freno a los abusos, Juan? Porque caraduras y pícaros los ha habido siempre, pero antes al menos tenían la intención de hacer que funcionase el espectáculo a plaza llena y se convertían en maestros de la promoción. Eran los casos de Balañá el viejo y de Manolo Chopera, que puso los abonos de San Isidro en 18.500 porque no le permitieron más. Hoy tratan de que valga media plaza recortándole la grandeza al toreo. Tampoco eso lo dice el Fino –aunque sabe que es verdad-, pero coincide en el planteamiento de la promoción. “En varios sentidos, además, porque las consecuencias de esa carencia son varias”, explica con preclaridad el torero. “La primera, que no existe relevo generacional, porque los jóvenes que han hecho méritos para echarse a la espalda el peso del futuro no han visto -con excepciones muy evidentes e inevitables- que se les abriese el camino y se les tratase con la categoría y la lógica que merecían», con lo que nos encontramos -y esto ya es cosa del que suscribe- con que el cartel tipo que llena una plaza suma 1.000 años en alternativas de los tres anunciados y, lo que es peor, un dineral en emolumentos muy difícilmente rentabilizable en taquilla.

«La segunda, porque a nadie se le había ocurrido hasta hace bien poco llevar al aficionado al campo», prosigue el Fino, «y es allí donde se comprenden mejor las cosas. Porque allí no se encuentran con el torero tal vez atenazado por la responsabilidad y el miedo, ni deben tratar con el tipo que sabe que se va a jugar gran parte de su futuro y de su vida cinco minutos después. En el campo todo es más fácil, más fluido, más bonito, incluso, y allí será más fácil que se encuentren con la verdadera personalidad del torero, que está relajado. Y si, además, tienen la gran suerte de encontrar un día tan bonito como hoy, seguro que se irán a sus casa habiendo aprendido mucho más que en todos los festejos que vayan en su vida», sentencia. Y es verdad. Sólo en el laboratorio se explican detenidamente los factores más importantes del rito. Y en las mejores condiciones, porque no debe ser fácil comunicarse con fluidez cuando tienes previsto jugarte la vida un cuarto de hora después.

Aquí, en el campo, se estudia. Y el Fino lo ha hecho desde la primera vez que fue a tentar. Por eso es hoy una de las mentes más lúcidas y cristalinas a la hora de analizar embestidas y comportamientos y aportarle soluciones. Pero eso, junto con la desunión entre los matadores y el futuro inmediato, tendremos tiempo de analizarlo en la segunda parte de esta entrevista.