Tomó Emilio de Justo -de manos de uno de los hermanos Zulueta en su labor de alguacilillo- las dos orejas del bravo toro de Victorino y en su rostro, en sus ojos, se aparecían a la vez la emoción apenas contenida y la alegría de un triunfo indiscutible, forjado en años de dureza y lucha que han decantado en la maravillosa plenitud de ahora. La Maestranza fue testigo, así lo gozó y así lo reconoció y, con ello, ya nadie (siempre hay alguno, claro) podrá discutir al torero extremeño su condición de figura. Ganada a pulso.
Emilio de Justo se viste de luces para torear, verbo este difícil de conjugar por más que ese sea el propósito. «Torear no es dar pases» reza el dicho. Con razón. Emilio de Justo no da pases, Emilio de Justo torea y lo hace desde la economía de gestos (el gesto, justo), sin alharacas, sin «gustarse», sólo con la verdad desnuda de artificios. La faena a ese toro fue un ejemplo cabal. Derechazos, naturales, los de pecho, un trincherazo y una estocada descomunal. Parece poco, dirá el que no la ha visto Si no hubo espaldinas, ni rodillazos, ni bernadinas, clamarán otros. Esa fue su grandeza. La Maestranza temblaba en las series en redondo, en las que Emilio llevaba las humilladas y templadas embestidas con una largura y embroque sublimes en series culminadas con pases de pecho soberbios. Como soberbios fueron los naturales, en los que el toro mostraba menor entrega, incluso un par de parones que no inmutaron a un torero de una pieza. La estocada, queda dicho, de museo. Y las dos orejas del «victorino» el premio justo, claro.
Ocurrió en el cuarto, quedaba otro, faltaba una oreja y todos miraron a la Puerta del Príncipe, mírala, mírala, ahí está. Y la faena al sexto, brindada al público, tenía la llave para abrirla. Cuajó al toro por el pitón izquierdo, hubo tres ayudados por alto de clamor, se perfiló para matar, entró a ello con todo, a por todo, pero ocurrió lo que nadie quería, la espada tropezó en una banderilla y… La petición no llegó a ser suficiente, un mohín de frustración colectiva se sumó al del torero pero él sabe, el toreo todo sabe, el sistema debe saberlo, que Emilio de Justo es una figura del toreo. La consagración llegó un 23 de septiembre de 2021 en Sevilla, aún sin salida a hombros dejando La Maestranza a la espalda y, frente a los ojos, el Guadalquivir, río de vida, y Triana al cruzar el puente. Ea.