JAVIER FERNÁNDEZ-CABALLERO / FOTOGALERÍA: SCP
Aquí se pueden cortar orejas, aquí se puede engañar al tendido e incluso este rito se puede transformar en vano espectáculo si la razón se vuelve populista y no dicta lo que el alma siente, pero ay amigo cuando cruje la patata… cuando el corazón furula y el toreo late al ritmo que éste marca, ni el Dios del cielo puede mediar en tal relación profana.
Hoy, 25 años después del 28 de julio de 1993, le latió a Paco Ureña la patata de su concepto y en medio de ese latido medió una cabeza que eligió que hoy era el día. 25 años justos desde que Dámaso indultara en esta plaza a un “Gitanito”, de Torrestrella que, tras Belador, supuso el inicio de un discurso sin complejos sobre el perdón de la vida de un toro bravo en plazas de suprema importancia. Fue aquel el comienzo de una nueva forma de entender el sistema en el que la relación protagonista-público comenzó a tener al animal como pilar del tinglao: pero no solo pilar de muerte, sino también de vida. Una faena, un indulto, que marcaría una nueva era en el toreo.
Con Dámaso empezaba todo, y un cuarto de siglo más tarde, dos toreros a hombros han marcado el cénit de una nueva era y un nuevo concepto a la hora de acudir a la plaza. Porque, sin ser figuras, va Valencia a ver a Ureña y a Román, va a reencontrarse con un nuevo capítulo de dos historias paralelas en El Casar que tienen en común con el gran hito de Dámaso ser el prólogo de una forma más de comulgar con esta lituriga. Por eso 25 años separan dos eras y la forma de entender esta religión. Pero hoy, a pesar de la foto final, la patata le latió a Ureña… y el toreo brotó de sus manos.
Le nació éste ya en las verónicas a pies juntos del abreplaza, un inquieto de Algarra que tenía carbón que lidiar. Pronto se le olvidó al murciano la guasa, porque lo que tenía delante era un toro para enterrarte o encumbrarte si el corazón no puede a la razón. Y la segunda, que en cualquier otro mandaría hacer macheteo y toledana, en el murciano pidió que hubiese milímetros entre pitón y safena en los estatuarios de inicio, pidió plantas heladas donde el fuego del de Algarra derretía los talones en la primera serie por la diestra, pidió firmeza cuando la liviandad de huir hubiese sido lo más fácil. Por eso Ureña cantó el toreo que llevaba dentro e hizo olvidar los fantasmas que los dos extraordinarios de El Puerto de Madrid y Pamplona dejaron en el eco de sus detractores. Oreja tras la estocada trasera pero fulminante.
Fue la estructura de la lidia del tercero por parte de Ureña de aprovechar la inercia del de Algarra cuando se aburrió en el final de faena, algo que llevó a Paco a tirar de la movilidad por abajo del astado. Y ahí caló arriba. También supo ser egoísta con ese defecto del toro en un epílogo por la izquierda en la que propuso el gobierno por abajo cuando el enemigo siempre salía con la cara por arriba cuando escupía la franela. Y mandó Ureña. Y le latió la patata. Y mató, pero el palco decidió unilateralmente no otorgar un premio que pidió la plaza.
Luego, en el quinto, aprovechó la casta del de Algarra para transformarla en magia de toreo, para abrirle el compás y pisar el terreno del compromiso, para trazar en redondo y llevar embebido el viaje de un toro con movilidad y humillación para reventar su status. Tuvo Paco el compromiso de imponer al castaño al natural su ley, de llevar el alma por los suelos y de partir el estaquillador entre los pitones de bajo que llevó la proposición de los chismes al natural. Hasta la misma cinta le enterró al encuentro la toledana, que fue acero de oxígeno para la temporada de un torero al que el hule intentó arrebatarle el sitio y sus cojones le han hecho llevarse a su esportón el orgullo de ganarle el duelo a la enfermería. Dos orejas y vuelta al de Algarra.
De Román no se recordará el triunfo de hoy, sino la actitud. Pero es hora de tornar ya en rotundidad el querer y la voluntad que definen sus tres últimas campañas. En el segundo, una voltereta mientras lo toreaba en la que cayó con la cadera de fea forma hizo que se revelase. Y en esa conquista por hacerse con el tendido, ya arrebatado, fue la diestra y un excelso cambio de mano por la zurda lo que determinó a sus paisanos por quedarse con su concepto en la cesta. Las manoletinas finales, la estocada con el enemigo sin ayudar y el caloret de su afición hicieron el resto para pasear la oreja.
Todo un arrimón se pegó frente al cuarto, y a punto de llevárselo por delante estuvo el serio sexto en la portagayola, y la faena de voluntad sin profundidad le llevó a pasear un premio más. Pero hoy el trasfondo corrió por parte de aquel al que, homenajeando a Dámaso, le crujió la patata…
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Valencia. Tercera de la feria de Julio. Corrida de toros. Media entrada.
Toros de Luis Algarra, de vuelta el extraordinario quinto dentro de una corrida de gran nota en la que destacaron la casta del primero, la movilidad humilladora del segundo o la clase del sexto.
Paco Ureña, de grana y oro, oreja, vuelta y dos orejas.
Román, de blanco y plata, oreja, silencio y oreja.
FOTOS: PLAZA TOROS VALENCIA