PACO MARCH / FOTO: SARA DE LA FUENTE
Ocurrió a mitad de faena en el primer toro de El Juli, en una tarde de esas que llaman «de reventón». Antes, una vez deshecho el paseillo, se solaparon dos ovaciones: la que saludaba una senyera hecha pancarta para proclamar que Cataluña es taurina malgré lui y otra para El Juli, en recuerdo al indulto del pasado lunes.
Pero decíamos que algo ocurrió en esa faena al segundo de la tarde y es que la banda de música rompió a tocar (de forma excelsa) el pasodoble Suspiros de España y a uno, que es un sentimental, se le erizó el alma y humedecieron los ojos.
Quizá por efecto de aquello tan manido del «marco incomparable» que, dicho sea de paso, a La Maestranza le encaja como anillo al dedo, lo cierto es que una pieza musical tantas veces escuchada no sólo en las plazas de toros, provocó en mi las sensaciones antes expresadas.
A que así fuera ayudó, sin duda, que en ese momento El Juli interpretó el toreo al natural con mayestática expresión, por largura del muletazo, reunión en el embroque y soberbio mando no exento de caricia, porque mandar es convencer y El Juli tenía al toro muy convencido. Y, en ese momento, todos, incluido (supongo) el matador, estábamos igual de convencidos de que podía llegar el triunfo que luego la espada (que cayó baja) impidió a ojos del presidente, que hiló fino y se llevó la bronca de quienes prefirieron acordarse de todo lo anterior, competencia en quites incluida.
Y, mientras, entre broncas y ovaciones, sentado en un tendido de la Maestranza miré hacia Mario Conde unas localidades más allá y seguí suspirando por España, pero de otra manera. Yo me entiendo.
Esas cosas de la vida.