A Josep Pla, nacido en Palafrugell (Bajo Ampurdán) no le gustaban las corridas de toros: «Es un espectáculo que no me agrada, porque descubre con gran brutalidad el fondo psicológico que llevo dentro… la sangre me apena. Si cogen a un hombre tengo que apartar la vista» (Madrid 1921. Dietario). Lo escribía como testimonio de sus estancias en la capital en su labor periodística para distintas publicaciones catalanas, pero obsérvese que no lo hace desde una posición- digamos- animalista.
Salvador Dalí, nacido en Figueras (Alto Ampurdán) frecuentaba las plazas de toros, asiduo en las de Figueras y Barcelona, también en Francia; era amigo de toreros (Luis Miguel Dominguín el que más) y la tauromaquia estuvo en algunas de sus obras (“El Torero alucinógeno“ entre ellas). A Dominguín llegó a proponerle que en una corrida en la que él toreara, una vez muerto el toro no lo arrastrasen las mulillas sino un helicóptero sobrevolando sobre los tendidos.
Enrique Patón, nacido, como Dalí, en Figueras, y que acaba de fallecer en Barcelona, fue matador de toros, empresario taurino y apoderado. Si como matador llegó a torear en cien festejos, desde1965 a 1977 en que Joaquín Bernadó le cortó la coleta en La Monumental (“la tarde en que más he cobrado” dijo Patón), en su faceta de apoderado lo fue de toreros de Emilio Muñoz, Dámaso González, Matías Tejela o el malogrado Manolo Montoliú y como empresario, junto a Simón Casas, Roberto Espinosa o J.M. Torres, en plazas del nivel de Zaragoza o Valencia, también Vinaroz y, por supuesto, Castellón, donde estuvo dos décadas y llevó la Feria de la Magdalena a sus mejores años.
La comarca del Ampurdán, que tiene en la Ampurias griega (Emporion) su origen, se enclava en la provincia de Gerona y tiene, además del Bajo y Alto Ampurdán, otras dos zonas, el Gironés y el Pla del Estany. Y en toda ella -cuando lo hace, unos ciento cincuenta días al año- sopla con fuerza el viento de tramontana.
Un viento que, dicen, trastoca a las gentes. El propio Pla escribía: «Yo he nacido en este país y conozco la tramontana…Estas ventoleras deprimen, adormecen, encogen el cuerpo humano…«, pero, al tiempo, añade: «Me parece haber comprendido la razón de la oscura, ancestral admiración que la gente de mi país siente por este viento». No sólo Pla ha escrito sobre la tramontana (García Márquez, durante su estancia en Cadaqués «este viento obsesivo puede ser terrible») incluso hay investigaciones médicas sobre su incidencia en el comportamiento humano y/o animal es dicho popular que «cuando sopla la tramontana las vacas reculan la leche» ).
Con tramontana o sin ella, Enrique Patón debutó con caballos en 1965, en la plaza de Sant Feliu de Guixols y después de tomar la alternativa dos años más tarde en La Monumental, inició una carrera que si no larga ni prolífica en contratos, sí dejó la huella de un torero poderoso y de valor. Una vida consagrada a la fiesta de los toros que pudo haber terminado mucho antes, aquella tarde del 19 de octubre de 1975 cuando toreando en La Monumental y en un quite por gaoneras, el toro “Lubrión” del Conde de la Maza, le infirió una cornada en el triangulo Scarpa, con arrancamiento de la arteria femoral profunda. La arena de La Monumental se tiño del rojo de la sangre del torero de Figueras, que perdía la vida a chorros en brazos de las cuadrillas. Luego, las sabias manos de los médicos, en la enfermería y en la clínica, obraron- como tantas veces- el milagro.
Enrique Patón, que compaginó sus estudios de bachillerato con sus años de becerrista y, también- con Roberto Espinosa, tanto tiempo su compañero de andanzas taurinas, en la Escuela Taurina que en Barcelona tenía Pedrucho de Eibar- forma parte de la historia del toreo y la Cataluña taurina siempre lo tendrá en su memoria, con tanta admiración como respeto.