PACO MARCH
Desde el primer día de la prohibición la afición taurina de Cataluña alimentó la esperanza de volver a ver toros en su tierra. Cuando la ILP del medio millón de firmas llegó al Congreso y luego fue PCI, esa esperanza pareció fundada. Más aún al pronunciarse (con cinco años de demora) el TC derogando la prohibición del Parlament. Se enfrió la cosa con el desmarque de Balañá y, ya instalados en el delirio independentista, paradójicamente se abrió una ventana con las elecciones de ayer 21D, ante la perspectiva de una mayoría del llamado bloque constitucionalista. Va a ser que no.
Una lectura estrictamente taurina de los resultados abocan a una conclusión fatalista y, me temo, realista: pensar en el regreso de los toros a Cataluña es ya, sólo, un ejercicio de la voluntad, un derroche de optimismo que los hechos se empeñan en desmentir.
Quien más quien menos (entre los taurinos) alimentábamos la ilusión de un cambio de mayorías y un nuevo gobierno catalán fruto de ellas que, si no a favor, al menos no fuera beligerante llegado el caso. Incluso las más que probables trabas administrativas desde el Ayuntamiento de Barcelona cuando se programase una corrida se contemplaban como mal menor y superable.
El otro factor a la contra, el que tiene que ver con el clima social y la manifiesta animadversión de los medios de comunicación, se asumía incluso como motivación extra en el combate.
Algo de ello se pudo ver, por ejemplo, tanto el año pasado como, sobre todo, hace unos días en los actos que a convocatoria de la FETC llevaron al Port Olímpic de Barcelona a centenares de aficionados y algunos profesionales que quisieron mostrar su compromiso y solidaridad.
Pero la realidad es otra y ahora, con todos los interrogantes abiertos ante el inmediato futuro de Cataluña e inquietantes respuestas a ellos, lo taurino queda para el recuerdo.
Un recuerdo que se hace nostalgia pero que, aún así, invoca a mantenerlo vivo. Entre otras cosas porque es un legado que no nos podemos permitir sea sepultado por quienes de la manipulación de la Historia, la negación de la cultura y el desprecio a la libertad hacen bandera. Estelada, en este caso.
Puede que las corridas de toros ya no vuelvan a Cataluña, es posible que (en el cine) el bucólico toro Ferdinando sea el último que vean nuestros hijos y nietos. Pero a quienes nos identificamos, como luce en esa pancarta que adorna la plaza de Ceret como ·”Catalanes y aficionados”, no nos van a callar.
Seguiremos, porque como escribió el poeta vasco y comunista ( que quiso ser torero) Blas de Otero: “Nos queda la palabra”.