EMILIO MÉNDEZ / FOTOGALERÍA: EMILIO MÉNDEZ
El rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza y los diestros de a pie José Tomás, Julián López “El Juli” y José María Manzanares, al lado de los mexicanos Joselito Adame, Octavio García “El Payo”, Sergio Flores y Luis David Adame trenzaban el paseíllo en la noche de este 12 de diciembre, festividad de la Guadalupana, en la Monumental Plaza México. Lo hacían en un cartel en beneficio de los damnificados del terremoto en el que se lidiaban toros con los hierros de La Joya, Santa María de Xalpa, Jaral de Peñas, Fernando de la Mora, Montecristo, Villar del Águila, Xajay y Villa Carmela.
Con Alquimista salió Pablo Hermoso a parar al toro de rejones, un jabonero sucio con el hierro de La Joya que acometió con pies y con bravura ante la firme seguridad del estellés, que pronto puso en escena a Disparate en banderillas para conquistar a La México a base de templar de costado y de cambiarle el tranco en hermosinas muy vistosas. El anglo-árabe Dalí fue el encargado de cerrar el tercio con piruetas bien comprometidas. Pero pinchó en varias ocasiones el navarro con el rejón de muerte, tuvo que descabellar y escuchó algunos pitos al marrar.
Para que no quedasen dudas de su compromiso con la tarde y con la plaza, Joselito Adame se fue a la puerta de chiqueros para recibir a portagayola al toro de Santa María de Xalpa, que anduvo justo de fuelle y espíritu, pero caminó en las verónicas iniciales y hasta en las gaoneras del quite del mexicano. Penduleó Joselito con quietud en el inicio muletero, haciendo vibrar a La México con su valerosa y hasta temeraria actitud, siempre enterrado en la arena. Fue de toreo diestro la obra de Adame, que apostó a la rapidez en la exigencia, sabiendo que se acabaría pronto. Limpieza y ligazón le ofreció José, que fue acortando pronto las distancias porque las protestas del animal iban aconsejando la cercanía para que no se parase el toro. Se desprendió de la muleta para entrar a matar, como hiciese en San Isidro en Madrid, y se tiró en el morrillo para dejar una estocada trasera que despenó al animal con el público entregado. Dos orejas.
De Jaral de Peñas era el tercero, el toro de José Tomás, que salió con cuajo y digna presencia. Por delantales se fue para adelante JT con el animal, que aguantó los frenazos con parsimonioso valor para rematarlo con garbo con solo una punta del capote. Pero fue por gaoneras y en el quite cuando el madrileño puso el Embudo en pie, pasándose a milímetros cada pasada. Enorme. Muy buena fue la condición del toro, que se abrió con franqueza en cada embroque. Tremendo fue el gusto en la quietud y el ajuste de José Tomás, entregado desde el brindis y comprometido con el toreo, encajado de riñones para enroscarse al animal, que no andaba muy sobrado. Verdad, ligazón, compromiso con el toreo y con su figura. Más cortito se quedaba el toro a zurdas, por donde se vio más arrebujado y hasta tuvo que tirar de recursos para solventar el trance. Atornillado a la arena, se lo pasó por delante y por detrás con una seguridad pasmosa, sin un gesto de crispación. La plaza entregada. Lamentablemente, pinchó y debió conformarse con una oreja.
Descoordinado salió el cuarto, de Fernando de la Mora, y rápidamente fue devuelto, nada más probarlo El Payo en el capote. El sobrero lucía el hierro de Jaral de Peñas, y humilló en el percal, volviendo con ritmo a las verónicas del mexicano, pero se aburrió pronto y se emplazó antes de que saliesen los picadores. Por eso lo mimó mucho el queretano, que se encontró, sin embargo, con la distracción del animal y su renuencia a embestir con entrega. Intentó trazarle lento, dado que no era posible torear emotivo, con la muleta siempre puesta y una ligazón que no era fácil, toreando con todo el cuerpo y con convicción de mente. No se aburrió Octavio, que tuvo que asentarse más aún con el peligroso pitón izquierdo, que intentó rebañar, probó y soltó la cara mientras el mexicano intentaba darle trapo a la corta arrancada. Pinchó, además, ante el parado animal y escuchó silencio.
El cárdeno que hizo quinto, de Montecristo, fue simplemente perfecto de hechuras. El paradigma del toro mexicano. Pronto se hizo presente El Juli con el capote para dejarle verónicas de mucha suavidad y una media de mano baja y vuelo largo que arrancó el olé del tendido. Se hizo el silencio cuando interpretó Julián las chicuelinas del quite, en el que se paró el de Montecristo, desluciendo el conjunto. Respondió Sergio Flores, aprovechando las dos entradas del toro al caballo, para quitar también por tafalleras de muchísimo ajuste. Pronto le embaucó la atención al toro con la muleta, dando siempre el trapo a dos dedos, acompañando el caminar gazapón y con cierta voluntad sin demasiada emoción. Por eso tuvo que emplearse el madrileño para sobar y sobar la voluntad de un toro cuyo fondo nada tuvo que ver con sus hechuras perfectas. Lo mató con brevedad y escuchó silencio.
El sexto, al contrario que el anterior, fue un toro feo y protestado que tardó poco, sin embargo, en sacar las cosas buenas y repetir en el vistoso saludo capotero de Sergio Flores, siempre muy animoso. Y se fue a más la faena en la muleta, con la que supo siempre Sergio exigir lo justo en cada momento para medirse con la bravura del de Villar del Águila. Hubo comunión con un tendido al que Flores conoce muy bien y al que supo llegar con la solvencia brillante y vistosa de su técnica bien depurada. Entregado el tlaxcalteca, dejando que fluyese el toreo en una faena variada, más explosiva que profunda, pero muy bien armada y estructurada, con tremenda conexión con el tendido. Con bernadinas epilogó el trasteo Sergio, exponiendo mucho ante la arrancada de fuelle escaso. Se pidió el indulto al entrar a matar, pero no hubo lugar y la estocada preludió el paseo de las dos orejas.
La suavidad de José María Manzanares para lancear al cárdeno oscuro de Xajay que hizo séptimo llegó con mucha rapidez al tendido, que coreó con olés cada verónica bien trazada del alicantino. Tuvo el animal el defecto de quedarse cortito en los viajes, pero también la virtud de la nobleza, a la que le aplicó el temple Manzanares para cincelar el trasteo. Fue todo belleza lo que buscó Josemari, que se lo tomó con mucha calma, confiando en el fondo del toro de Xajay, que humillaba y acudía sin la fuerza necesaria para acabar con el cuadro. Pero hizo el alicantino volar la mano zurda, azuzando con la voz para que no parase el toro, bien punteado por una muñeca prodigiosa. Y se lo reconoció La México, que disfrutó con la torera suavidad de Manzanares, que supo alternar los lados para evitar los vicios. Volaron macizos algunos naturales, que se quedaron en la retina de los aficionados en una serie final rotunda. Tanto como lo fue la estocada, marca de la casa, para cortarle una oreja.
Cuando salió el hermoso cierraplaza de Villa Carmela ya estaba Luis David Adame deseando entregarse al espectáculo, que fue lo que ofreció en el último acto de la guadalupana. Variado y animoso con el percal, decidió poner banderillas el menor de los Adame, con más voluntad que brillantez. Al tercio se fue Luis David a pies juntos para iniciar de forma vibrante el trasteo con péndulos de muchísimo ajuste y emotiva repetición. Quiso siempre el de Aguascalientes, pero no le puso las cosas nada fáciles el áspero y manso toro de Villa Carmela. Tuvo que tirar de garra y de buenas intenciones para cincelar una actuación decidida y voluntariosa, sin aburrirse nunca de las deslucidas condiciones de un toro que careció de fondo y de formas. Silencio.
FICHA DEL FESTEJO
Monumental Plaza México. Corrida del Día de la Virgen de Guadalupe. Festejo benéfico. Lleno.
Toros de La Joya (acometedor y bravo el primero); Santa María de Xalpa (de buena calidad y fuelle justo el desrazado segundo); Jaral de Peñas (de gran clase y entrega pero justo fuelle el tercero; manso, remiso y deslucido el reservón cuarto bis); Fernando de la Mora (devuelto por descoordinado); Montecristo (un marmolillo el bien hecho quinto); Villar del Águila (bravo y emotivo el buen sexto); Xajay (con clase y calidad y fuerza justa el séptimo); y Villa Carmela (deslucido, áspero y mansurrón el octavo).
Pablo Hermoso de Mendoza: pitos.
Joselito Adame (azul noche e hilo blanco): dos orejas.
José Tomás (marino y oro): oreja.
Octavio García “El Payo” (celeste y oro): silencio.
Julián López “El Juli” (gris perla y oro): silencio.
Sergio Flores (barquillo y azabache): dos orejas y rabo.
José María Manzanares (sangre de toro y oro): oreja.
Luis David Adame (palo de rosa y oro): silencio.