MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO
Me vino a la mente el título de la novela de Carmen Martín Gaite cuando las luces artificiales del ruedo de la verdad echaban el telón a dos horas y pico de ordenar el cuarto donde se amontonan los miedos. Cada uno los suyos. Cada cual con sus fantasmas, pero con ellos, porque nadie se desasió del abrazo impositor de las sombras que lo persiguen.
Ni el enrazado Colombo, ni el involucionado Valadez, ni mucho menos el bisoño Ochoa salieron del ruedo en comunión con Las Ventas, ni encontraron el objetivo que perseguían cuando se anunciaron este Otoño de Ventorrillos sin raza como último sabor de boca de su nombre en este tendido. Ese fue el caso de los dos primeros. A Carlos aún le asiste el tiempo de macerar sus sentidos.
A Colombo no, pero lo necesita menos. El venezolano vivió hoy la nubosidad de no encontrar con tanta facilidad como otras tardes el abrigo de esta plaza, que le aplaudió más las manoletinas a la trágala y con el cuerpo hurtado por atropellar la razón cuando ya tocaban a matar en el cuarto que el toreo al natural que había exhibido sólo unos minutos antes. Porque no fue la faena de su vida esta de Jesús Enrique al cuarto, pero es –tal vez- la más redonda en Madrid desde la primera vez que pisó esta plaza. Y también la que menos caso le han hecho. Quizá porque nadie vio la zorrería del utrero de llegar tontorrón y como disimulando para rebañar después. Y pasó por bobalicón. Dos ovaciones saludó el más orejero de los novilleros, que hoy se templó mucho más por momentos, pero no reventó Madrid. Y era a eso a lo que venía hoy, porque no le vale otra cosa al que quiere funcionar cuando le echen el cuatreño.
También le queda poco a Valadez para que le llegue el toro y hoy rubricó sin paliativos una temporada de desaprender. La que le han diseñado al mexicano ha sido la campaña de buscar la gloria dando un pasito cada día, con los atragantones justos, los dulces con generosidad, los festejos suficientes para coger el oficio sin atorar las ganas. Todo preparado para doctorarse con ambiente, con triunfos, con celebridad. Todo excepto la rotundidad que debía ir cogiendo el novillero y que nunca llegó. Hasta el punto de que hoy, su última tarde en Madrid en el escalafón menor, llegaron a recomendarle desde el tendido que pensara mejor lo de hacerse matador de toros. Cruel, es verdad, pero significativo. Como los dos silencios que epilogaron dos trasteos de recuerdo muy escaso. Mucho. Tanto que no pasa de un quite por zapopinas por lo vistoso del trance y una foto de un remate extraordinario que me enseñó Luis Olmedo en su cámara embustera. Porque yo ese no lo vi.
Sí vi, por el contrario, a un novillero que se busca y se busca entre la nubosidad, variable en el tiempo y en el espacio, porque se va encontrando por momentos pero siempre blande la misma luz. Tal vez por eso no termina de sacudirse la misma sombra, y en Madrid se ve todo mucho más que las provincias. Y eso pasa por el escorzo por pretender alargar trazos de forma artificial -pese a la verdad de la propuesta- cuando se va hacia la cara. Y pasa por no medir los tiempos y no vigilar los esfuerzos, porque el que haces ahora en este ruedo puede que no te sirva dentro de un rato si no mantienes el nivel de sinceridad. Y eso pesa. Por eso le pesó tanto Madrid a la buena intención y mejor voluntad de Carlos Ochoa. Pero él –dicho está- tiene tiempo para la corrección.
Corregir debe –y mucho- el hierro de El Ventorrillo para volver a brillar, porque faltó hoy en lo de esa casa lo que siempre sobró por esos pagos, y no sirve de nada el sirope si no hay base de solidez para darle cuerpo al sabor. Y eso no se logra en un ratito.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas. Tercera de la Feria de Otoño. Novillada con picadores. Unas 16.000 personas poblando los tendidos.
Seis novillos de El Ventorrillo, muy desiguales de hechuras y de tipo, correctos en el trapío.
Jesús Enrique Colombo (marino y oro): ovación y ovación.
Leo Valadez (sangre de toro y oro): silencio y silencio.
Carlos Ochoa (rosa y oro): palmas y ovación.