JAVIER FERNÁNEZ-CABALLERO
Era el primero de la tarde. Ferrera, tras su osadía de venir a casa de para decir cómo y de qué forma con las banderillas de España, en el recuerdo. Y el rey en uno de los palcos. Enrique Ponce, que había viajado de Almería a Bilbao vestido con el traje de luces. El torero en forma. El traje grande porque el desafío agosteño se acusa. Y el matador, entregado, brindando a la osadía de la presencia del Rey Juan Carlos, una vez más, en la plaza de Vista Alegre.
“Su presencia siempre nos honra a todos los aficioandos. Va por usted, y por una España unida”. Y el rey del aplauso, milagro vasco, se hizo presente en más de medio minuto de tributo materializado en aplausos al Rey de todos los españoles. De Ferrera a Ponce han pasado cinco días, treinta toros, quince matadores y cientos de muletazos buscando un rey… porque parecen que aún no se habían dado cuenta que el de Bilbao es del maestro Enrique. Y toreó. Ese fue el mejor brindis, el mejor par, la mejor bandera, el gran escaparate y la más bella de las polémicas. Porque se impuso Enrique a la condición del encastado animal para torear de verdad.
Por eso ese estado de gracia le hizo olvidarse de todo y ponerse a torear las teclas del animal. Número 106 era ese cuarto, nacido en marzo de 2013, el de más peso de toda la corrida. Ponce lo saludó por verónicas. Manolo Quinta se encargó del tercio de varas del animal. Tras el brindis al público, fue sobando la condición del animal a base de toque fuerte, de enjaretarle buenas tandas por la mano derecha y de llegar con fuerza al tendido. El punto de casta del animal hizo que crujiese el coso de Vista Alegre, llegando con fuerza arriba. Por esa mano porfió Ponce ante un toro con teclas, ligando derechazos y relajándose en su toreo, llegando de nuevo arriba. Se vino a más la condición de un astado que necesitaba el mando del torero de Chiva. Algún cambio de mano del epílogo muleteril también caló, siendo claves los tiempos que le dio el matador al astado para que confluyese en la construcción de una gran faena. Tras el arrimón final y dejar un estoconazo de libro que tiró al toro sin puntilla, cortó dos orejas que Matías sacó de golpe.
También la sorpresa llegó cuando Cayetano Rivera obligó a sus hombres de plata, Iván García y Alberto Zayas, a poner los pares de banderillas con los colores de la bandera española. Además, estos debieron desmonterarse por su gran actuación. Después, Rivera brindó al rey señalando que “este brindis va por España, por una ciudad que ha sufrido mucho el dolor y el miedo del terrorismo. Pero lo vencimos juntos y juntos lo tenemos que defender”. Pero no fructificó la seriedad que mostró en ese segundo animal.
Con una larga cambiada recibió Cayetano de salida al quinto, un toro que entró al caballo que montaba Luis Miguel Leiro. Al quite entró Ginés Marín y le respondió Cayetano por el quite de Ronda. Al público fue el brindis del torero de dinastía, que se topó con un animal que fue desagradecido por su falta de clase. Complicado astado para Rivera que, además, no se lo puso nada fácil a la hora de enterrarle al acero.
Ginés Marín consiguió el aplauso a medias porque la oreja que Matías le entregó en el sexto debió ser doble de no pinchar a su primero. Se partió el pitón el tercero de la tarde, un animal con el que corrió turno Marín para hacer salir al sexto, segundo de su lote. También al rey fue el brindis del torero extremeño en el bis. Largo lo llevó Ginés Marín, con la muleta cosida al hocico e imponiendo mucho ritmo al animal. Por naturales se encajó al natural el joven, llegando al tendido con mucha torería y viendo las cosas claras ganándole el paso hacia adelante al de Victoriano del Río. Aguantó las fuerzas el toro y se empleó en ellas con mucho gusto en el epílogo Marín, pero finalmente todo quedó en ovación por el mal uso de la espada.
De 562 kilos era el sobrero sexto, toro largo y aplaudido de salida por sus astifinas puntas. Agustín Navarro se encargó del tercio de varas de este cierraplaza. Poco a poco fue construyendo Ginés Marín una faena en la que la entrega fue la tónica fundamental ante un astado siempre con la condición a menos. Puso toda la carne en el asador y lo pagó con un volteretón sin consecuencias aparentes. Espada en mano, Marín dejó un espadazo y cortó la oreja.
Ponce fue hoy el Rey del aplauso, porque el que le tributaron a Su Majestad era también para el Príncipe del Botxo. El Rey de Vista Alegre sesenta y siete tardes después. Seis salidas a hombros más tarde. Sin que el pisar lava del cuarto le importase. Le importaba el toreo, y lo consiguió el incombustible.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Vista Alegre, Bilbao. Séptima de las Corridas Generales. Corrida de toros. Tres cuartos de entrada.
Seis toros de Victoriano del Río, el sexto como sobrero. A menos el aplomado primero; con emotividad la del segundo y tercero, este a menos; encastado pero con teclas el cuarto, siempre a másy ovacionado fuertemente en el arrastre; desagradecido el desclasado quinto; complicado el sexto.
Enrique Ponce, silencio y dos orejas.
Cayetano, ovación tras aviso y silencio.
Ginés Marín, ovación tras aviso y oreja.
FOTOGALERÍA: EMILIO MÉNDEZ