Cuando dobló el sexto toro en la plaza de toros de Puente Piedra, Juan de Castilla fue izado a hombros, encumbrándose como triunfador de la tarde al cortar tres orejas. Pero por la puerta grande no sólo salió el torero colombiano, sino el esfuerzo de los jóvenes empresarios que apostaron por no dejar sin toros la temporada bogotana, así como la ilusión y la esperanza de todos los aficionados que se acercaron a Subachoque con el objetivo de seguir luchando por su deseo de mantener viva la tauromaquia en la capital colombiana. El de Juan de Castilla fue el triunfo del toreo colombiano.
Aunque en esa Puerta Grande también había algo de reivindicación, pues el de Medellín fue el gran ausente en las principales ferias del país. Por eso no dudó ni un instante en salir a morder. Participó en todos los quites que le correspondieron, mejor en esas suaves dos verónicas y media al quinto, pero cuando tuvo la oportunidad de apretar el acelerador, como con el buen tercero, rápidamente se desmarcó de sus compañeros de cartel. Juan no reparó en que la vista cruzada de “Hoyador” le hizo embestir de forma descompuesta, soltando algún tornillazo en su humillado, fijo y largo recorrido, y apostó por un firme temple para limpiar los muletazos, cada vez más intensos y profundos por ambas manos, aunque ninguno como un desgarrado pase de pecho a la hombrera contraria que hizo rugir al tendido por lento y poderoso. Igual que el espadazo con el que despachó al serio Mondoñedo y que puso en sus manos el doble trofeo, mientras el presidente sacaba el pañuelo azul para premiar al buen toro, que se fue al desolladero sin el reconocimiento póstumo por un descuido de los mulilleros. Pero, si con el bueno estuvo bien, con el complicado sexto el antioqueño estuvo aún mejor. El toro, serio como toda la corrida, tuvo disparo y transmisión, pero se quedaba dormido debajo de las telas, buscando los tobillos del torero con peligro. Sin embargo, Juan de Castilla nunca dudó, se plantó con decisión para estirar las embestidas con autoridad y capacidad. Una serie de derechazos fue, sencillamente, soberbia, por mandona, vibrante, templada y honda. Y la espada que antes era un debe en la cuenta de este torero, volvió a ser un cañón. La oreja selló su triunfo absoluto entre los gritos de “Vivan los toreros colombianos”.
La tarde la había puesto cara una oreja de peso de José Garrido al segundo, un toro un tanto desclasado y protestón, al que el extremeño recetó un maravilloso toreo a la verónica y, después, una muleta sólida en su sometido vuelo. Garrido jugó pausas, distancias y toques para sacar provecho de “Motilón” y el soberano espadazo que le recetó valió por sí mismo el trofeo. Y pudo cortar otro del quinto de haber acertado con el acero. Esta vez, aunque al toro le faltó un punto de humillación, le sobró celo, repetición y fondo para brillar en manos de un Garrido asentado e inteligente, que siempre supo qué darle al toro para que sacara lo mejor de sí.
Menos suerte corrió Román, que, si bien puso variedad y actitud con el noble y bondadoso primero, la falta de fuelle y transmisión del toro terminó por lastrar la faena del valenciano, que, sin embargo, cuajó varias series buenas de derechazos y dos soberbios naturales, cuando el toro ya empezó a quedarse corto. Mientras que con el cuarto vio como la gente se puso rápidamente a favor del toro. Cierto es que al valenciano no se mostró del todo confiado, pero también es verdad que el toro, de alegre galope en el caballo (tumbó dos veces al picador del violento topetazo bajo el peto) y humillado viaje en las telas, se quedaba dormido en cada muletazo, reduciendo el ritmo y apretando por los adentros. Hubo, incluso, alguna petición de indulto, que quedó en una vuelta al ruedo tras los repetidos fallos con la espada de Román, que fue finalmente silenciado.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros “Marruecos” de Puente Piedra. Casi tres cuartos de entrada en tarde agradable.
Toros de Mondoñedo, cinqueños, de muy seria presencia y juego dispar, pero importante. Los mejores fueron: el tercero, “Hoyador”, nº 125, castaño de 520 kg. fue premiado con la vuelta al ruedo, aunque no se la dieron los mulilleros; y el cuarto, “Compadrito”, nº 137, negro, de 536 kg. también premiado con la vuelta al ruedo.
ROMÁN (azul pavo y oro): Silencio en ambos.
JOSÉ GARRIDO (azabache y oro): Oreja y silencio tras aviso.
JUAN DE CASTILLA (azabache y plata); Dos orejas y oreja.
FOTOGALERÍA: DIEGO ALAIS