La fiesta de los toros es un
espectáculo realmente democrático, pero a veces no es consecuente con la mayoría.
En más de una ocasión hemos visto como un palco no está de acuerdo con el público
y mantiene un rigor en contra de la gran masa y por otras, está de concierto.
Existe una opción más con dos vertientes; la del presidente estricto en la mera
reglamentación, y la del usía, con los mismos parámetros de implantación pero
con la clarividencia de ser aficionado. No se trata de enjuiciar si es mejor
peor aficionado, si es más o menos justo, pero sí se trata de tener más o menos
sensibilidad.
Hoy el palco de Madrid ha
tenido esa sensibilidad que le ha faltado otras tardes y ha sido consecuente
con la solicitud de la plaza. Simplemente ha dictado con su criterio lo que
dice la norma, «la primera oreja es del público”, ha demostrado con ello que ha antepuesto su afición a la hora
de sacar los pañuelos. Una postura que habrá levantado controversias pero que
sin duda gozará de más partidarios que detractores.
Nos solemos quejar de las
posturas a veces dictatoriales –como la sufrida por El Fandi, con un señor
levantando el dedo de la negación en el par de banderillas del granadino- y en
esta ocasión también habrá quejas –pienso que las menos- por conceder los
trofeos tras irregularidades con la espada. Tal vez, llegado a este punto
habría que hacer una reflexión interior. Ha otorgado las orejas tras enormes
faenas sin rematar a la primera con la espada. ¿Con lo cual la dimensión del
trasteo ha debido ser extraordinaria o que no ha querido llevar la contraria a
la plaza?
Sea como fuere para el señor
presidente, mi felicitación por implantar un buen criterio de aficionado y
demostrar que se puede presidir en la primera plaza del mundo teniendo
sensibilidad y también manteniendo el rigor de exigencias de tan única plaza de
toros.