San Juan Bautista de la Concepción es el escritor ascético y místico español de obra más extensa, y de los más importantes del Siglo de Oro Español.
Reformador de la Orden Trinitaria y fundador de la Orden de los Trinitarios Descalzos. San Juan Bautista de la Concepción fundó una veintena de Conventos, tanto de frailes como de monjas. Nació el 10 de julio de 1561 en Almodóvar del Campo, provincia de Ciudad Real, y murió el 14 de febrero de 1613, a los 52 años de edad, en su convento de Córdoba.
Posiblemente influenciado por su ciudad natal, Almodóvar del Campo, donde se celebra uno de los encierros más antiguos del País. San Juan Bautista de la Concepción, plasma en sus numerosos escritos, su rica sapiencia taurómaca, incluyendo similitudes de la vida cotidiana y las costumbres propias del S. XVI y relacionándola con la vida espiritual, teniendo como eje principal a Dios.
El recuerdo de este santo, se tiene muy presente en Almodóvar del Campo, el pueblo que lo vio nacer y crecer. En el año en el que se conmemoró el bicentenario de su beatificación, sus paisanos honraron su memoria y esta efeméride, organizando un tentadero solidario, a beneficio de las obras de la torre de la Iglesia, con la participación de figuras del toreo; y descubriendo un azulejo en su honor en la puerta grande de su plaza de toros, la de su querido Almodóvar, un privilegio que el santo lo comparte con el desaparecido ganadero Victorino Martín Andrés, la saga de toreros cómicos del Bombero Torero, o los diestros sevillanos: Daniel Luque y Pablo Aguado.
El libro «Romance de Torería”, editado por su paisano Roberto García-Minguillán de Gregorio, dedicó uno de sus capítulos a los escritos «taurinos” de este santo, San Juan Bautista de la Concepción.
VIVENCIAS DE LOS ENCIERROS DE ALMODÓVAR DEL CAMPO
1- «Cuando era muchacho vi encerrar toros (en mi pueblo), para correrlos en las plazas, de esta manera: los traían hasta la entrada del pueblo acompañados con otros bueyes mansos, apartando y quitando la mucha gente que los podía ablentar; no consentían los toreasen ni diesen voces; antes, con miedo y temor no se les fuesen, los vaqueros los traían con caricias y regalo según lo consentía su fiereza. Una vez que habían entrado en la calle por donde habían de ahilar al corral del encierro y donde ya con gran dificultad se habían de tornar, los silbaban, daban gritos y los hacían mal, para que con esto no se pudiesen divertir para echar por una u otra parte, sino ir su calle derecha».
2- «Muy ignorante fuera el hombre que, queriendo librar a otro de los cuernos del toro, fuera a favorecerlo poniéndose él en el mismo peligro y en los propios cuernos. El buen toreador desde fuera silba al toro, le echa la capa y lo divierte para que cese la furia que tiene contra la tal persona. Bien es que los hombres libren a sus hermanos, que por desgracia en medio del mundo están pereciendo en los cuernos de la gran bestia, pero no ha de ser poniéndose ellos en los mismos peligros, librar al otro y perecer él. Desde fuera dé el silbo y el grito y, si fuere necesario, échele la capa, que es su hacienda, su honra y vida del cuerpo.
3- «El justo en su vida perfecta no es otra cosa sino una risa, fiesta y entretenimiento para los del mundo. Así lo dice san Pablo, se asombran los ángeles y los justos de vernos hechos tragedia y entretenimiento de los malos; estiércol, escoria y andrajos que pisan. Pero antes que el justo llegue a este estado, es necesario atraerle, como decíamos de los toros, en compañía de varones justos, a quien ya los trabajos amansaron; es necesario traerlos con caricias y regalos hasta que estén en lugar más seguro que con facilidad no puedan huir. Porque si a los toros los silbasen y toreasen cuando están en el campo anchuroso, les sería fácil huir y echar cada uno por su lado, y después no ser posible juntarlos, antes, atemorizados y espantados, no los podrían tornar al puesto».
4- como el becerro que pace hierba, y como el toro cuando brama. Que son dos animales que cada uno de ellos, puestos en esas ocasiones, andan como derramados, inquietos, desperdiciados, sin ningún género de quietud.
El becerro, cuando pace hierba, busca con la gordura y lozanía cada momento en diferentes prados; y el toro cuando brama, anda en celos sin calentar un sólo lugar porque el celo y fuego que en sí tiene, lo trae perturbado corriendo sitios y mudando lugares»
5- «Considerando nuestro buen Dios la rabia que en tales obras y cosas suele tener satanás y los mastines de su ganado, le tira la piedra y escondió el brazo, enviándoles hábitos y no pareciendo frailes, como quien tira la capa al toro para que allí desfleme»
6- «Verdad es que sucede muchas veces salir un hombre a dar una lanzada al toro y, por algún descuido, salirle la suerte torcida y caer en tierra, y tomar de ahí ocasión para hacer otras suertes bien acertadas y de mucha honra. Esto propio debe hacer el verdadero siervo de Dios, que, si alguna vez, por descuido y no bien ordenar sus penitencias, cayere en alguna enfermedad, como a quien coge el toro, que no desmaye, sino que eche mano de la paciencia y sufrimiento, de la caridad y paz interior.
7- «Muy propio es de Dios tomar medios muy conformes a los fines que pretende y, para convertir pecadores, escoger otros de su condición, los cuales convertidos suelen hacer grande riza y traer otros a Dios. El reclamo ha de ser de la propia especie para que haga provecho y abata a la tierra los pájaros que vuelan por el aire; y para sosegar un toro furioso y sujetarlo, echan otros bueyes ya mansos» .
Sirva este reportaje para recordar la figura de san Juan Bautista de la Concepción, protector del mundo taurino, cuyo ejemplo de amor y santidad, aún continúa vigente en los tiempos que corren.