MARCO A. HIERRO / FOTOGALERÍA: EMILIO MÉNDEZ
Llegaba
a Vista Alegre esta tarde la corrida de Alcurrucén, premiada como la mejor de
la pasada Semana Grande de 2015. Hacían el paseíllo con el hierro manchego José
Antonio «Morante de la Puebla”, Diego Urdiales –que cortó tres orejas hace doce
meses con estos mismos toros- y Ginés Marín sustituyendo al herido Andrés Roca
Rey. Con una cerrada ovación recibió Vistalegre a Diego Urdiales, recordando la gran faena firmada el año pasado a un toro del hierro de hoy.
Largo, enmorrillado y engatillado de pitones salió el colorao primero, tan frío de salida como los toros de su sangre, echando las manos por delante en sus breves encuentros con el capote de Morante. Y es que fue Carretero el encargado de recibir a este abreplaza, siempre haciéndole las cosas a favor. Se dejó pegar sin empleo el toro en el jaco. Ya llegó el toro a la muleta sin seducir en absoluto a Morante, al que zancadilleó sin consecuencias a las primeras de cambio. Toro aplomado, sin fuelle, con la noble condición de humillar los inicios, pero sin vida para repetir ni emplearse. Aún así, se vio a Morante a la deriva y sin recursos, sin ambición para aprovecharle la media virtud ni motivación para justificarse. Horrible con la espada el sevillano, escuchó silencio.
Bajo, largo, musculado, fino de cabos y espectacular de capa era el girón segundo, que quiso colocar la cara en el inicio del lance, pero dejó a medias los viajes. Lo entendió Urdiales a la perfección para dejarle delantales de línea recta y buena compostura, levantando la ovación en el tendido. Tuvo fijeza el animal en el caballo, arrancándose de largo aunque sin gran pelea. Pero tenía buen fondo el girón y or eso lo brindó al público Diego, agradeciendo la formidable acogida que le brinda a él esta afición. Tuvo paciencia Urdiales con el enfondado animal, al que ya le había atisbado la bondad para darle correctora línea recta en las dos primeras series y ayudarlo a repetir. Ya era suyo, porque la clase en la colocación de la cara del animal era garantía de triunfo unida a la suavidad de los ademanes del riojano. Tuvo gusto y tuvo desmayo Diego, con una tremenda serie al natural de mentón al pecho, vuelo al morro y a morir por Dios. Más afectado con la mano derecha, sí tuvo la torería y el relajo de un tío convencido de lo que está haciendo porque lo siente. Con mucho sabor el final por abajo, llegando mucho al tendido, pero sobre todo sintiéndose mucho Urdiales. Faena de esperar y de provocar a partes iguales, pero sabiendo siempre cuándo hacer cada cosa. Como matar, porque supo Diego cuándo se le entregaba el girón para reventarlo de un espadazo y pasearle las dos orejas que Matías sacó del tirón.
El tercero, abierto de palas hasta el punto de abrazarte con su amplio pitón, le pegó frenazos varios a Ginés Marín cuando intentó estirarse con el percal, impidiendo el lucimiento con la capa. Protestó luego una barbaridad el animal en su encuentro con el penco, donde cabeceó sin denuedo e hizo sonar el estribo del picador en claro síntoma de baja raza. Y fue un cúmulo de defectos el castaño, orque se puso gazapón a las primeras de cambio, no tuvo recorrido, se aburrió de embestir a medio viaje y le faltó hasta la inercia cuando le dio distancia Ginés. Toda la voluntad del mundo tuvo el extremeño, que tuvo premio al empeño en una serie ligada a media faena, siempre consintiendo mucho, siempre exponiendo y siempre al ataque, provocando donde no cabía otra cosa. Lo mató con brevedad y escuchó una ovación a la voluntad y la entrega.
Al cuarto, un toro distraído y que le cruzó la vista a Morante en la salida, lo paró también José Antonio Carretero con capotazos suaves y en línea para meterlo en vereda. Y tampoco el toro fue un dechado de virtudes, porque regateaba los viajes y se guardaba la entrega, pero no quiso Morante ni ver al animal. Lo mató como pudo, aguantó la bronca y a otra cosa.
El quinto no tuvo ni ritmo ni fijeza en el percal para que Urdiales se estirase a la verónica. Malandado el toro, como descoordinado en sus ademanes. Matías no se complicó y sacó el pañuelo verde. Del mismo hierro era el sobrero, castaño y amplio, que no quería salirse de la tela de Urdiales hasta que se lo llevó a los medios en lidia por abajo y le cerró con una media, más efectiva que brillante. Sin entrega y a regañadientes llegó el toro al peto, donde se repuchó y hasta le tiró una coz al salir de naja. Quiso mucho Diego ya con la muleta, y le apostó a su capacidad de buscarle las vueltas a un animal sin entrega, ni raza ni medio viaje para construir una serie. Lo sobó y lo sobó, le consintió las tarascadas involuntarias de manso sin maldad, pero también sin virtud. Con ninguna de las fórmulas logró encontrar el riojano un resquicio por el que intentar el toreo. Se lo quitó de en medio con dignidad y escuchó silencio.
El cinqueño sexto le echó el freno de mano a Ginés Marín desde que lo saludó con el capote, siempre en lidia para afuera para irle a favor a las virtudes que tuviese. Por dentro se vino el toro en los estatuarios iniciales, con el sorpresivo cambio por la espalda, de seco valor del extremeño, que ahuyentó los bostezos de la plaza. Siempre metido, siempre al ataque Ginés, sabiendo bien cómo manejar sus armas. A media altura le presentó el trapo, sin eludir nunca compromiso ni exposición. Incluso le compuso los naturales con inteligencia y apostura para comprobar que le ponía el animal el pitón en el brazo, por encima del palillo, cuando intentaba ligar. Aún así, comprobó que obedecía y eso le bastó para jugarse la vida a carta acabal y ganarse al tendido, que valoró su entrega desmedida. Tan cerca se lo pasó en las manoletinas finales que hasta tuvo que hurtar el cuerpo en alguna para que no lo arrollase el tren. Firme y seguro para pisar terrenos, fue capaz de poner de su lado a la concurrencia sin material para ello. Sólo a base de actitud. Media estocada y un descabello bastaron para despenar al funo y ganarse la vuelta al ruedo.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de
toros de Vista Alegre, Bilbao. Quinta de Feria. Corrida de toros. Casi tres cuartos de entrada.
Seis
toros de Alcurrucén, serios y bien presentados, descarados de pitones. Aplomado y sin vida el largo primero; de clase y buen fondo el buen segundo, premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre; gazapón, sin entrega ni virtud el complicado tercero; sin entrega ni clase el deslucido cuarto; devuelto el quinto por descoordinado; deslucido y sin virtud el castaño quinto bis; manso y sin entrega el borrico sexto.
Morante de la Puebla (verde botella y oro): silencio y bronca.
Diego Urdiales (berenjena y oro): dos orejas y silencio.
Ginés Marín (celeste y oro): ovación y vuelta al ruedo.