Después de una tarde como la de hoy, y después de ver las caras con las que tres tíos que se habían jugado la vida salían de la plaza, creo que sería bastante frívolo tratar de contar lo que sucedió en el ruedo tirando de una técnica que nunca llega a los tendidos si no va acompañada de emoción. No puedes juzgar si Robleño -impecable toda la tarde- debió hacer esto o lo otro, o si Morenito tardó o no en soplarle la tanda buena al tercero bis. No tienes derecho a simplificar lo que significaba la tarde de Damián Castaño para su carrera y para su vida con un vulgar «estuvo firme». Los tres, una terna capaz y atractiva, merecían otro trato cuando se cerraron las contrataciones, pero los tres vinieron a estrellarse contra las lentejas de Samuel Flores que les pusieron delante. No le den más vueltas.
«Si las quieres, las comes, y si no, las dejas…». Esa frase, tan pretérita ya en el mundo 2.2, permanece vigente en el toro para explicar lo que ocurrió hoy. Pero vayamos por partes: Samuel… Hay mucho trabajo por hacer, ganadero, porque no podemos hacer escaparates de cartón piedra, tan vacíos en el amplísimo interior de los productos que los pitones reproducen el eco del rabo al moverse. Todo grande, todo aparatoso, todo hecho al revés de cómo debería ser el espectáculo que conocemos como toreo. Y eso lo echamos en Madrid buscando la ovación inicial y nos olvidamos de que hay tres tíos que hacen este paseíllo en esta feria porque no hubo posibilidad de más.
De hecho, lo más caro de la tarde y lo más parecido al toreo que se vio en el festejo lo firmó Morenito de Aranda, que tuvo la fortuna de que le saliera a él un toro con calidad -aunque sin fuelle- de José Cruz. Distintas hechuras, distinto además, distinta forma de moverse y hasta de emplearse. Porque este sí se empleó, de más en ocasiones. Y por eso se deslució una faena que iba para mucho más grande. Y el Moreno lo sabía, pero conocía también esa flojera de remos que tan mal se ve desde la piedra. Y no fue mal menor, porque hubo que apuntalarlo tanto que la media altura no dejaba a la faena coger vuelo. Y cuando quiso Jesús ponerle más expresión comenzó a perder las manos en el momento clave de cada serie. Parecía mentira.
Ahora que veía el resquicio, que salía uno proporcionado para embestir bien, perdía las manos cuando menos debía. Y cuando peor le venía al matador, claro. Pero no era culpa suya. Como tampoco lo fue que el quinto, el único de los samueles que tuvo cierto recuerdo de toro bravo, tardase tanto en entregarse y tan poco en medir la arena. Sobresalió ese final, por abajo, por donde muere Madrid, cuando ya el Moreno había decidido que si tenía que reventar el funo, que reventase. Al menos él había rascado al comer la legumbre.
No se puede decir lo mismo de Fernando Robleño, cuya impecable presencia y asolerada madurez valió para que no le subiese el agua de los tobillos, pero no para convertir a dos mulos con estilo regular y reserva generosa en máquinas de embestir. Ya le hubiera gustado a Fernando, pero se tuvo que conformar con evitar el peligro sordo convirtiéndolo en ciego para todo profano que pobló el tendido. Lentejas sólo para su hoja de servicios en Madrid. ¿De verdad no merecía Robleño algo más?
¿Y de verdad no había otra cosa para que confirmase alternativa Damián Castaño, después de diez años de matador? Poner al charro en esta corrida era como raparlo al cero para decirle luego: «¿No ves como eras calvo…?». Y se tiene que callar. Porque el tipo que hoy confirmaba tiene más raza, más ambición y más voluntad de ser torero que nadie. Pero la Feria del Árbol a la que vino hoy poco o nada tiene que ver con tener su oportunidad en Madrid. Y la plaza se la debe, porque lo de hoy eran las lentejas de Samuel.
Me llamarán derrotista, bien lo sé, pero pudo haber sido peor: pudo la misma corrida caer en manos menos capaces. Y hubiéramos visto que hasta las lentejas pueden llegar a hacerse bola…
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Décima tercera de la Feria de San Isidro. Tres cuartos de entrada en los tendidos.
Toros de Isabel Flores y Samuel Flores (cuarto y sexto), espectaculares sus caras. Descarado de pitones y suelto de carnes, manso y sin clase fue el primero; de más a menos por su falta de fuerza y recorrido el segundo; devuelto el tercero por cojo; le faltó fuerza al buen sobrero de José Cruz que hizo tercero, de alegre galope, fijeza y prontitud; no tuvo clase el manso cuarto, de pavorosa cara, que además se paró; sin clase el emotivo quinto; genio sin clase fue lo que sacó el sexto.
Fernando Robleño (verde botella y oro): silencio y ovación.
Morenito de Aranda (gris perla y azabache): ovación y palmas.
Damián Castaño, que confirma alternativa (grana y oro): silencio tras aviso y silencio.
FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO