JAVIER FERNÁNDEZ-CABALLERO
Cual José Bergamín y Rafael de Paula irrumpieran en cada uno de los veintidós componentes de la Banda de Música de Las Ventas, la música quedó callada para siempre en mayo del 39. Se fue por cabezonería: a Marcial Lalanda le tocaron el suyo y a Domingo Ortega no, por lo que la autoridad decidió que no sonara la música.
En su repertorio, más de un centenar de piezas que forman parte del silbo de la afición venteña: Plaza de Las Ventas, Antoñete o el recién estrenado Toros en Las Ventas son algunas de las composiciones más características de la plaza. Y, entre éstas, el ya clásico Florito.
CULTORO también estuvo con su director, Don Francisco García.«A veces nos sentimos privados de fundir lo que realmente sentimos, la música, con nuestra pasión, el toreo. Y, además, en la primera plaza del mundo. Sería brutal». Así expresa con palabras Don Francisco García, maestro y director, lo que no puede expresar musicalmente mientras el instinto sentimental del espectáculo está en ebullición:«soy componente de la banda desde el año 1980. Posteriormente, por antigüedad, desde el año 2010 soy director de la misma».
En 1939 se decidió que no se tocara más la música con el toro en la plaza «tan sólo con una excepción en el año 1966, cuando Antonio Bienvenida toreaba seis toros y solicitó permiso al presidente para que tocase la música…y sonó», añade entre sonrisas el director.
España Cañí, insigne acompañante de la presión innata del que el paseíllo madrileño es fiel compañero en el paseo de los valientes:«Cuando entré de director se tocaba cualquier pasodoble, pero poco a poco veía la necesidad de introducir ‘el pasodoble de Madrid´, como ocurre en plazas como Valencia, Sevilla o Albacete. Desde 2010 lo hemos interpretado en el paseíllo y ya ha calado en el público,…se está convirtiendo en una seña de identidad de la Plaza de Madrid».Fue la pieza el primer pasodoble que se escucharía al inaugurar el sueño irreal de Gallito el 17 de junio de 1931.
Además, Rosa María Cortés se trata de la única mujer que, en la actualidad, forma parte de la corporación musical venteña«y, además, soy aficionada»,añade mientras el último sol vespertino comienza a des-colarse de entre las rejillas que el palco 29 guarda para sí.«Es un auténtico placer poder disfrutar de tus dos pasiones: la música y la tauromaquia, unidas en treinta días».Y un placer, apostilla propia, poder contar entre las filas de la Fiesta con personajes tan comprometidos como los que aquí confiere.«Es difícil para alguien que no es aficionado aguantar treinta calurosas tardes –entre risas- . Menos mal que la afición socorre las penas…».
Y en esto que detiene el tiempo un hombre. Un anciano con alma de niño boyante que acudir por precepto tiene cada tarde al coso que un día le hizo sacar no sólo su afición sino su vida adelante. Antiguo acomodador de Las Ventas, «Picazo» no rehuyó de su instinto productivo en la calle Alcalá y desde el júbilo final de sus días de gloria participa en esa misma gloria a través de la música. «Picazo –añade Cortés- es nuestro guía: un músico, que está concentrado en lo que ama mientras toca, él es el encargado de decir el ¡basta! perfecto con su pañuelito cada tarde». Y ahí sigue Picazo, reventando notas cada tarde por presagiar lo que unos clarines, segundos después, anuncian a toda la plaza. Sale el toro y para la música, justo cuando, en ese momento, debía empezar a sonar la alegría que amenizara el fiel examen del que el albero venteño es testigo.
Cuestión de señas, de instintos temporales, de vanas tradiciones que se transforman en hieratismo que, por décadas, se convierte en el típico tópico del se hace porque se ha hecho siempre. Y entonces llega Joselito, pone Las Ventas en pie y el público pide la música. Y, como se ha hecho siempre, la música callada del toreo es obligada a prestar servicio al silencio del olvido, ese que nunca olvida que siempre se hizo así.