PABLO LÓPEZ RIOBOO
Cuando las cosas se hacen
por derecho todo gana, una buena brega, un par de banderillas, un puyazo arrancándose
el toro de lejos, todo mientras se haga con pureza y verdad vale. Hoy fue una
tarde de mucho contenido la vivida en la
Maestranza, los picadores y banderilleros dieron una gran tarde de buen
toreo, Sevilla los valoró en su justa medida, a esta plaza no se le escapa ni
un detalle.
La cuadrilla de Delgado estuvo solvente toda la tarde,
en su primero destacó Robles con la
capa, llevó largo al humillador pero geniudo Torrestrella que apretó en banderillas, allí tanto Miguel Martín como Fernando Sánchez se la jugaron en tres pares de gran verdad. En el
cuarto vino el recital una vez más de Robles con los palos, que importante es la torería en la plaza, de eso sabe mucho Fernando Sánchez que junto a Robles saludó montera en mano.
Pepe
Moral tiene una cuadrilla compacta, con una mirada conocen lo que quiere su matador, Agustín González lidió impecablemente
al castaño segundo, luego Vicente Varela se la jugó en dos pares de un enorme mérito, el de Torrestrella esperó una enormidad, si su primer par fue solvente y
ajustado el segundo fue importante, el toro acortó, todo ocurrió en un
instante, nadie sabe como el banderillero sevillano salió airoso de ese par. Saludó montera en mano tras ese gran tercio de banderillas.
Ver lidiar a un toro bien es
algo digno de mencionar, la cuadrilla de Jiménez hoy estuvo a un nivel muy importante, primero Lipi con el tercero y luego Alejandro
Sobrino con el sexto pudieron expresarse como toreros, todo en torero, sin
ningún tirón, suavidad en los capotazos… todo en torero. Otro capítulo importante pero esta vez en
banderillas se vivió en el sexto, Lipi y
Rafael Limón se lucían con los rehiletes, tres pares enormes por ajuste,
torería y colocación -en una perra gorda- le valían para saludar montera en
mano ante una Sevilla que les reconocía
su labor.
Si buena fue la tarde de los
de plata también es justo destacar el puyazo de Francisco Romero al segundo de la tarde -en toda la yema-, o el de Francisco Martínez al manso cuarto. La
corrida no tuvo la virtud de exigirles mucho a los picadores, que sin embargo
tuvieron la virtud -todos ellos- de no cebarse con los animales, sino darles en
su justa medida, administrando el castigo idóneo que el toro requería.
GALERÍA: MATITO