Es como la frase de un niño: «Ahora me enfado y no respiro…». Sólo que los que la plantean son de todo menos niños -o eso al menos es lo que deberían ser- y lo que está en juego es la supervivencia del modo de vida que eligieron y del que viven -algunos muy bien- desde hace ya muchos años. Vamos a la raíz del problema, porque no es justo criticar que un colectivo vete una serie de plazas de toros y no decir que es completamente legítimo que defienda sus intereses. Faltaría más. El único problema es que los tiempos han cambiado -para peor- y lo que antes servía porque no parecía dañar la estructura y el futuro del sector, hoy no sirve por todo lo contrario. No, no es que les vayamos a llamar ‘enfadicas’ a los banderilleros. Ni mucho menos. Es que, hoy por hoy, son necesarias otras estrategias.
Tal vez nunca en la historia del toreo haya habido nadie que se haya preguntado cómo puede ayudar a un colectivo que vive de torear vetar plazas de toros que no podrán dar festejos para que los miembros de ese colectivo toreen -y tal vez por ello hemos llegado a la situación actual- pero hoy en día tiene poca defensa. Vetar la celebración del espectáculo que genera tus ingresos típicos para defender los atípicos es una práctica de la que se descojona cualquiera procedente de todo sector ajeno al toro. Es como si el Madrid, o el Barça vetasen la apertura de sus estadios porque no han cobrado los alquileres de los conciertos de No me pises, que llevo Chanclas. «Ay, Manolete, si no sabe toreá pa qué te meteeeeeee…».
Bromas aparte, el «me enfado y no respiro» funciona cuando se lo dices a alguien que no tiene ninguna intención de que te mueras. Pero cuando se la pela que palmes o no -y en la mayoría de los casos se la pela- el que pierde eres tú. Por eso el veto de la UNPBE a las plazas de Bolaños de Calatrava, Tobarra, Consuegra, Puertollano, Ciudad Real, San Clemente, Almadén, Puebla de Don Rodrigo, Tomelloso, Almagro y alguna más de cuyo nombre no logramos acordarnos suponen, en los tiempos que corren, es un atentado contra el futuro del sector. De todo el sector. Con la que está cayendo, no se puede cargar a una plaza, una localidad o un ayuntamiento con los cadáveres de un pirata, sea cual fuere.
Piratas han existido siempre. En el Caribe y en Bolaños de Calatrava, pero de ahí a condenar al aficionado de a pie a no poder presenciar festejos taurinos en su plaza, en el coso que él paga con sus impuestos porque es su Ayuntamiento el que lo mantiene, es poco menos que un tiro en el pie. Sean tiempos de COVID o no. Y más en una tierra, Castilla-La Mancha, que hoy por hoy es la única que está anunciando, no festivales ni festejos de menor entidad, sino corridones de toros-toros en toda regla. Con toda la integridad del espectáculo. Con sus rizos, los únicos que están saliendo a un ruedo en este 2021 por el momento.
Por eso no tiene ni pies ni cabezas empezar por San Clemente -que ya había anunciado una corrida de toros- y seguir por ya citadas plazas… y las que quedan por salir. Lo único que ese modus operandi puede conseguir es quemar al aficionado, quemar los recursos que la televisión pública de esta región está poniendo al servicio del toreo para su promoción (y mantenimiento de los que actúan, no nos olvidemos) y hacer que los festejos que son el pan para los que cobran su sueldo sin las cámaras delante vayan reduciéndose paulatinamente, dinamitados por los propios profesionales que deben vivir de ellos.
Que tienen todo el derecho a protestar, a trincar al tramposo, a intentar que pague lo que debe, incluso a tirarle de las orejas hasta que le salgan por ellas los billetes, que son suyos; pero no deberían dinamitar los escenarios en los que deben ganar su sueldo cuando la tele no esté de por medio. Porque a nadie de fuera del toro le importará ahora que no respiremos…