MARCO A, HIERRO
América, toro chico y billete grande con un dólar musculado. El lema que por décadas, y mientras la red no servía de apoyo globalizado a la transfusión informativa al segundo, se llevaban de los aficionados europeos los toreros al cruzar el charco. No es que sea así… es que la tarde del pasado domingo en la Monumental de México lo recordó.
Con el féretro del rigor en Insurgentes a un lado en esta columna, la América taurina, donde las figuras pasan el invierno, hizo de la parca entidad medicina para provocar artificialmente un triunfalismo que es solamente tapadera para ocultar la grandeza de una plaza que, con Toro-Toro, puede resucitar el ambiente histórico que nunca debió quedar atrás.
Porque no nos engañemos: más allá de Joselito en México y Roca Rey en el Perú, son las figuras españolas las que tiran del carro como reclamo para poblar los tendidos. Ya pasó la eclosión de César Rincón para cerrar siglo; también se retiró el boom Zotoluco cuando se estaba ya apagando su llama y las viejas glorias –que no glorias viejas- de principios de siglo han dado paso a esta nueva generación de la que América se nutre. Pero no con las presencias que por chiqueros asomaron el domingo en la Monumental, estampas para crear ídolos pasajeros, entidades para crear vanas obras sin la seriedad que el miedo de esta Fiesta milenaria lleva consigo. Monas que se vistieron de la seda solidaria para tapar un espectáculo bochornoso en presencia. Y ojo que la parte benéfica de Ponce que Slim quintuplicó no tiene culpa ni juicio con respecto al resultado final que sí lo tiene por culpa del chico encierro.
Pronto se nos olvida cuando, hace justo doce meses, La México iba en picado y sin frenos. El mejor cartel de su Temporada Grande llevó entonces menos de un tercio de entrada a los tendidos con Morante de la Puebla, José María Manzanares y el confirmante Gerardo Rivera. No se frotaban tanto las manos Javier Sordo Madaleno y Alberto Bailleres aquel mes de noviembre del año 2016 como lo hacen ahora… con la aduana de una mona de bajo trapío que sigue siendo mona aunque vaya más gente porque el hambre del mañana lo propicia el pan del hoy.
Desde entonces hasta ahora –especialmente en la segunda parte de la última edición de la Temporada Grande-, la irregularidad ha marcado un camino en el que corridas con cara seleccionadas que no han dado el juego esperado, las confirmaciones de promesas no ha dado su fruto, la ausencia convalecientes han truncado planes y ahora, y aun con más público, la falta de seriedad de las corridas sigue desilusionando al que paga, que debería ser el verdadero poderdante de la empresa.