JAVIER FERNÁNDEZ-CABALLERO
José Luis Bote es un auténtico libro abierto del toreo. Junto a José Miguel Arroyo “Joselito” y José Pedro Prados “El Fundi” puede decirse que es uno de los toreros más de Madrid que ha parido la capital en las últimas dos décadas. Bote tiene claro, y así lo refleja, que “antes éramos toreros por necesidad, pero ahora también tiene mucho mérito jugarse la vida con las necesidades cubiertas”. Es claro en una entrevista con Madrid y la primera plaza del mundo como telón de fondo. Así lo narra para Cultoro Magazine.
En primer lugar, ¿cuál es el recuerdo más remoto que José Luis Bote tiene de la plaza de toros de Las Ventas?
Teniendo nueve años, cuando empecé a ira los toros con mi padre a la andanada del cuatro. Recuerdo la sensación que me dio de vértigo el ver los toros desde tan alto. Ese fue el primer impacto.
El debut con picadores llegó en la temporada de 1984, alcanzando algunos éxitos importantes hasta su presentación en Madrid. Su alternativa fue el 22 de septiembre de 1987, pero antes había pasado por el peso y el poso de la dureza de Enrique Martin Arranz… ¿cómo fueron aquellos primeros años?
Fue una etapa dura, sobre todo por la formación que teníamos en aquel momento. Con Enrique Martin Arranz se llevaba a cabo una formación dura que con el tiempo verdaderamente yo la he agradecido muchísimo, sobre todo con la superación de las cornadas que me han tenido entre las cuerdas. Yo considero que gracias a esa preparación que tenemos me pude recuperar de ellas más rápidamente de lo previsto. Incluso en alguna de las cornadas que fueron en lugares donde me podía haber quedado en una silla de ruedas… sin embargo, gracias a esa formación, pude afrontar mentalmente mejor los percances.
¿Cuál fue la tarde que cambió su vida?
El 17 de mayo de 92 cuando un toro de Alonso Moreno me pegó una cornada en la espalda. A punto estuve de quedarme en la silla de ruedas ara toda la vida. A partir de ahí esa plaza me ha dado unas muestras de cariño extraordinarias. Ese fue un antes y un después de Bote en Madrid.
Sus muslos tienen experiencias…
Los tiempos han cambiado, pero el toro sigue saliendo con sus cuatro años, con sus dos puntas y sus dos pitones más astifinos que la puñeta. Ha cambiado poco. A los chavales los veo con una afición y con una constancia importante.
¿Cómo era la afición de antes y cómo es la de ahora?
La de antes, la que yo conocí, era dura. Era una afición muy dura. La de ahora sigue siendo dura, pero hay matices diferentes. Es como en el toreo en general, que las cosas evolucionan y las aficiones también. Ni mejor ni peor, sino distintas. Sigue manteniendo la personalidad de primera plaza del mundo como lo ha sido siempre, con esas exigencias que le dan personalidad, que siempre las ha tenido y siempre las tendrá porque debe ser la que marque el toreo a nivel mundial.
¿Y cómo era el toro de antes y el de ahora?
El toro de antes era muy grande, pero se movía menos. Quizá el toro de hoy no tiene ese volumen que tenía, pero sí la seriedad aunque también el que se echa hoy es un toro muy serio y con un gran trapío. El toro de mi época fue de épocas recientes al paso de Manolo Chopera, que fue el que inventó ese toro tan grande y con mucha caja. Por consiguiente, era un toro también que se movía menos. No quiere decir eso que no nos hiciera pasar a los toreros lo nuestro con sus miradas.
¿Cómo fueron sus últimos años de carrera?
Yo he estado reapareciendo con una serie de secuelas que verdaderamente han sido muy dolorosas. La locura que tenemos los toreros, que al fin y al cabo queremos cumplir nuestro sueño, hace que nos olvidemos de ciertas limitaciones que tenemos que nos complican la vida. Mi reaparición tras la cornada fue en el año 94 en América y mi reaparición en España en el 95. Hasta el 2004 que me retiré ha sido un vaivén de superación, porque he tenido temporadas donde físicamente me he encontrado fantásticamente bien pero aparte del de la espalda se me juntaban otras limitaciones en la rodilla, y sufrí lo mío para mantenerme en ese circuito.
Cuando tuve la suerte de triunfar en Madrid tuve que matar también corridas duras con las limitaciones que ya he comentado, y en esas circunstancias en las que tienes que estar con un pie en la plaza y otro en la barrera, es imposible. Yo había momentos en los que los toros me hacían pasarlo bastante mal. Pero lo importante es que he tenido la suerte de poder pisar todas las plazas del mundo y me siento feliz de haber sido un torero querido sobre todo en Madrid.
¿De cuántas corridas estamos hablando, por cierto, en Madrid?
No sé las cuentas exactamente. Empecé a torear en esa plaza de becerrista. La primera fue una becerrada por la mañana, en la que éramos unos niños fuertecitos ya, actuando con Niño de la Taurina en un festejo infantil. A partir de ahí toreábamos en los jueves taurinos, un certamen de escuelas taurinas que se organizaba entonces con la plaza casi llena todos los días. Cerraban la grada y la andanada y solo abrían el tendido con una plaza casi llena. La final fue una maravilla. Con caballos tardamos en ir a Madrid. Ahora el problema que veo es que muchos chavales van directamente a debutar a Madrid. Yo tuve el privilegio de darme una vueltecita a España antes y luego como matador de toros, donde me he tirado muchos años en esos altos y bajos todas las temporadas; incluso he tenido que estar anunciado en las corridas de domingo en Madrid.
Todos sabemos sus comienzos duros, su manera de superarse en lo personal y en lo profesional y, además, su gran labor educadora años después, ¿qué diferencias tenían respecto a los de ahora y qué ve de bueno y de malo en la nueva hornada novilleril actual?
Tiene mucho mérito los chavales que quieren ser toreros hoy día. Antes queríamos ser toreros por necesidad, por lo que teníamos la necesidad de triunfar. Yo vengo de una familia muy humilde y lo de destacar en esta sociedad era una ventana importante que teníamos en el toreo, por lo que teníamos necesidad. Los chavales de hoy en día tienen pocas necesidades y sin tener esa necesidad, ponerse delante del toro tiene mucho mérito. Siempre los que ya vamos cumpliendo años tenemos la mala costumbre de decir que tiempos pasados fueron mejores, pero no, cada tiempo tiene su parte de romanticismo. El romanticismo no se debería de perder nunca.