CAMPO BRAVO

El enigma Miura: ¿cómo lo hace para evitar la consanguinidad sin abrir la genética?


sábado 12 julio, 2025

Miura es un anacronismo funcional, una paradoja a campo abierto, y lo que se hace en Zahariche va en contra de las normas de la cría moderna

Toro Miura
Un toro de Miura en los corrales de Las Ventas. © Plaza 1

Hay ganaderías que pasan. Otras que pesan. Y luego está Miura, que ni pasa ni pesa: permanece. Como si el tiempo no pudiera con ella, como si los siglos se le resbalaran por la penca del rabo. Y ahí sigue, con su estirpe cerrada a cal y canto, con sus toros que no se parecen a nada ni a nadie, con esa manera de mirar que no se educa: se hereda. Aunque nadie sepa muy bien cómo.

Porque no tiene explicación lógica. Ninguna. Lo dicen los que entienden de genética, lo repiten los veterinarios, lo insinúan los criadores modernos. Lo de Miura no debería ser posible. Un encaste absolutamente cerrado durante más de 150 años, sin refrescar la sangre, sin abrir la puerta ni una vez, ni por descuido. Lo normal, en esas condiciones, es que la consanguinidad pase su factura. Pero no.

No hay cojera, ni esterilidad, ni taras morfológicas generalizadas. No hay blandura, ni falta de raza -más allá de lo razonable, que va en las características y también por épocas-. Y si alguna vez hay un bajón, se sobrevive. Y se vuelve. Y se mantiene el tipo. Y el toro sigue saliendo con el cuello largo, los pitones hacia arriba, el lomo fuerte, la mirada encendida y ese poder que ni se doma ni se disimula.

¿Cómo lo hacen? Nadie lo sabe. O nadie lo cuenta… Lo que está claro es que ahí siguen, sin un gramo de sangre nueva desde hace más de siglo y medio, seleccionando lo suyo sobre lo suyo, cruzando ramas que solo ellos conocen, buscando comportamientos que solo ellos entienden. Y todo eso sin laboratorio, sin técnicos de bata blanca, sin asesorías externas. Con la memoria, con la intuición, con el campo y con los ojos. Y con un ‘secreto’ familiar que va pasando de boca de Miura a oído de Miura.

Miura es un anacronismo funcional, un fósil vivo que embiste -a su manera, claro-, una paradoja a campo abierto. Porque todo lo que se hace en Zahariche va en contra de las normas de la cría moderna. Y, sin embargo, funciona. Funciona como un misterio inexplicable, como esas cosas que cuanto más se intentan racionalizar, más se escapan, más allá de su leyenda negra, que también ha influido en su permanencia en el tiempo.

Hay quien habla de una base de madres enorme, que permite maniobrar dentro del encaste sin caer en el cruce directo. Hay quien dice que es la rusticidad del animal, la dureza genética que arrastra desde sus orígenes cabrereños. Hay quien apunta a la selección feroz: el que falla, fuera; el que duda, fuera; el que no sirve, al matadero. Y puede que todo eso tenga algo que ver. Pero ninguna de esas explicaciones basta por sí sola. Tiene que haber algo más, porque ese tipo de selección se ha dado en otros hierros, en otros encastes, en otras sangres que al final han tenido que sucumbir y buscar un refresco lo más cercano posible a sus orígenes, pero un refresco, al fin y al cabo.

Tal vez sea una combinación imposible. Tal vez sea sabiduría no escrita, genética oral, o simplemente una suerte que solo les funciona a ellos. Puede que ni ellos mismos sepan explicarlo del todo. Y tampoco parece que les importe demasiado. Porque en un mundo obsesionado con el cómo, Miura sigue viviendo en el qué: el toro. Su toro. Ese que nadie ha sabido copiar, porque ni siquiera saben cómo sobrevive.

Y mientras los demás corrigen sobre la marcha, ajustan encastes, buscan soluciones a la degeneración, ellos callan. Hacen lo suyo. Aprietan más el filtro. Reafirman su rareza. Y siguen sacando ese animal antiguo que huele a otra época, que hace falta entender desde otro lugar. Por eso, cuando aparece un Miura en el ruedo, más allá del miedo y la leyenda, lo que sale es una pregunta:
¿Cómo es posible que esto siga existiendo?

Y nadie tiene la respuesta. Ni falta que hace.