CAMPO BRAVO

La odisea del toro ‘Gracioso’: un avión ruso, una escala en Cuba y una ganadería nueva para el ‘padre’ de América


domingo 23 marzo, 2025

Un semental con el hierro de Juan Pedro Domecq que viajó a Colombia en in IL 76 convertido en corral de vacas

Semental Avion Ruso
El semental y, a la izquierda, un avión simllar al que viajaron las reses de El Paraíso a Colombia. © J. P.

A menudo nos ponemos a hablar del campo bravo sin tener en cuenta muchas de las anécdotas, penalidades u odiseas que pasa un hierro, un animal o un ganadero para sacar adelante su proyecto. Con frecuencia, no le damos importancia a la peripecia de un personaje, un momento, un animal, incluso, o muchos juntos. Pero todo ello unido, suele fraguar en historias que no serían creíbles con las bases que sienta la segunda década del siglo XXI. Pero es que el XX fue un ajetreo en sí.

Una de estas historias la protagonizó un personaje singular: Jerónimo Pimentel. Ya hemos hablado de él en alguna ocasión. Empresario, taurino y visionario, fue -es, aunque muy mayor- uno de esos tipos que habría que inventar si no existieran. Él tenía la intención y el empeño de llevar ganado a América, pero necesitaba, para ello, una infraestructura y una fuente de donde importar el material genético. Pero se vivía una época tan pretérita con respecto a hoy que salía mucho mejor llevarse los animales que las pajuelas. Ni siquiera había aparecido en escena la ovejita Dolly, el primer animal clonado de la historia. Eran otros tiempos.

Pues en ellos, este tipo peculiar y su proyecto fueron a asociarse con otro personaje de los que han dejado una huella imperecedera en la Tauromaquia: Enrique Martín Arranz. El también empresario y apoderado se embarcó, junto a su ya poderdante e hijo, José Miguel Arroyo ‘Joselito’, en la aventura que había creado la visión de Jerónimo. Se pusieron manos a la obra e idearon un plan: comprarían ganado suficiente como para crear un vivero que sirviese de semilla al encaste Parladé por aquellos pagos americanos.

Lo primero era encontrar la simiente, y la fueron a buscar al que ya era entonces el vivero de condiciones del toro bravo moderno: Juan Pedro Domecq. Y a Jandilla, donde Borja ya había conseguido establecer un fenotipo y unas condiciones comportamentales muy homogéneas para el asiento del material genético. Entre la punta -o puntas- que compraron para su exportación, se encontraba un semental de pelo melocotón y herrado con el número 120. Se llamaba ‘Gracioso’, y era hijo del celebérrimo semental número 40, ‘Ilusión’, que fue uno de los grandes puntales sobre los que se cimentó la ganadería de Juan Pedro Domecq Solís. Ese animal, como ya hemos escrito, terminaría recalando en la ganadería que el propio Jerónimo Pimentel fundó en Colombia, El Paraíso y, desde allí, terminó erigiéndose en el ‘padre’ de los jaboneros americanos.

Sin Título
El semental.

Seleccionado el ganado, tocaba enfrentarse a la logística. Entonces no era obligatorio, como lo es hoy, que cada animal viajase en su cajón con su temperatura regulada y su comida y bebida sin que tenga que abandonar su cubil. Por eso contrataron un avión de carga. Se trataba de un IL 76, de fabricación soviética y con tripulación y bandera cubana, al que dotaron de corrales en su interior, como si hubiesen trasladado la propia dehesa al interior de un monstruo de los cielos que debía realizar varios viajes para trasladar por completo al ganado a tierras colombianas. Incluso el aeropuerto de Barajas tuvo que convertirse en un gigantesco embarcadero, donde hubieron de colocarse talanqueras, al modo de las calles de Pamplona en los encierros de San Fermín. Pero mucho más estrechas, claro, porque su función era la de convertirse en una manga de embarque que condujese a las reses al interior de la aeronave.

Pero no era una época fácil para los vuelos transatlánticos. Y mucho menos según qué destino, porque el vuelo mercantil directo a Bogotá no era viable para un avión de bandera cubana y, por tanto, afectado por el bloqueo estadounidense a la isla. Había que idear una ruta mucho más complicada para que los animales llegasen a destino. Así, el IL 76 tomaba la ruta de Terranova, de allí se trasladaba a La Habana, y solo entonces podía enfilar dirección Bogotá, lo que, además de la notable lentitud de los traslados estaba sujeto a los cambios de temperatura dentro del aparato.

Así, cuando la aeronave llegaba a Terranova, el frío era tan intenso que era necesaria la calefacción en el aparato -en una época muy poco familiarizada con el aire acondicionado-. Allí tenían que soportar los animales unas temperaturas para las que no estaban acostumbrados. Pero desde allí volaban hasta La Habana, en el trópico caluroso que mandaba las temperaturas al lado contrario del termómetro. Una auténtica odisea para los animales. Hasta se había estimado un número de bajas cercano al 10 por ciento pero, sorprendentemente, sólo se registró una vaca muerta en todos los vuelos que se realizaron. Tal vez por esos milagros que tiene el dios del toro.

El caso es que los animales llegaron y repoblaron, y hoy son la causa del predominio del encaste Parladé en los países americanos que no son México, donde es Saltillo la sangre que cuajó. En Perú, Ecuador, Venezuela y, por supuesto, Colombia, los ganaderos tienen mucho que agradecer a la carga genética que fue dejando Gracioso en El paraíso y también en otros muchos destinos donde estuvo padreando.