En la corrida celebrada este domingo en el ciclo de San Isidro —la de La Quinta—, el protagonismo no solo estuvo en los matadores. El oficio y la colocación de los toreros de plata resultaron determinantes en una tarde donde la seriedad de la embestida de los toros exigió atención y reflejos en cada tercio. En especial, durante la lidia del segundo toro, que apretó con fuerza hacia dentro e hizo hilo con peligro evidente. En banderillas, ese momento se convirtió en una prueba de fuego. Raúl Caricol y Jesús Arruga se la jugaron con los palos en la mano, exponiendo con limpieza y verdad. Pero lo que permitió resolver ese momento fue la decisiva intervención de Pérez Valcarce, tercero en la cuadrilla de Emilio de Justo, quien metió dos capotazos providenciales para evitar males mayores, salvando a sus compañeros con temple y cabeza.
Más allá de la espectacularidad del par de banderillas, la tarde evidenció algo esencial y a menudo silenciado: la importancia de la colocación. Pérez Valcarce, siempre en su sitio, cumplió a la perfección su función de cortar el viaje del toro cuando la situación lo pedía, demostrando por qué el puesto del tercero no es secundario, sino vital. En una tarde de tensión contenida, donde los detalles marcan diferencias, su labor fue silenciosa, pero imprescindible. Así, el toreo de plata volvió a recordar que el oficio, el temple y estar en el sitio justo a tiempo son la verdadera base sobre la que se construye la seguridad —y muchas veces el lucimiento— del tercio de banderillas.
