Morante ya tiene su fotografía. La única que le faltaba. La gloria de Madrid en hombros. Y será en color, lógicamente, pero los trazos, las pinceladas, los detalles parecen sacados del blanco y negro. Ese sabor añejo que imprime a su semblanza, a su toreo, a su forma de sentir la vida, recorre cada segundo de este ya histórico 8 de junio de 2025. Porque hay que remontarse al bicolor para recordar un gentío similar en el ruedo de Las Ventas en una salida en volandas como una procesión de fieles. Ni la despedida a toreros queridísimos en Madrid como Luis Francisco Esplá, César Rincón, ni figuras más recientes como El Juli o Enrique Ponce. Posiblemente, ni siquiera en las dos últimas de ese dios llamado José Tomás.
El ruedo se llenó de un manto de aficionados, jóvenes y no tan jóvenes, llorando algunos. Fue una odisea dar la vuelta al ruedo antes de enfilar la bocana de la Puerta Grande. En ese angosto pasillo, aguardaban centenares de personas ya desde que dobló el quinto toro. Porque no quisieron ver a Borja Jiménez en el sexto. Se salieron a tomar posiciones. Inédito. Impactante. Gritos de “JoséAntonio, Morante de la Puebla” hicieron la tensa espera más corta. Su primo, su sempiterno mozo de espadas, Juan Carlos Morante, junto a su apoderado, Pedro Marques, hicieron de avanzadilla. A los pocos segundos, se abre el quicio de la doble puerta, por delante, asoma la cuadrilla, abriendo paso a una maraña de fotógrafos, entre la multitud, dos columnas de gente, a los lados, apenas un puñado de centímetros entre las dos paredes humanas. Al fondo, se atisbaba ya a Morante entre un bosque de móviles tratando de inmortalizar una fotografía, un video, para la Historia. La Policía Nacional abriendo paso a empujones. Morante, feliz, pero visiblemente cansado. La paliza es colosal. Detrás del cigarrero, la marabunta. Cinco, diez, quizás veinte personas abalanzándose sobre las hombreras de Morante queriendo arrancar un pedazo de historia que llevarse a casa de ese terno catafalco y azabache de inspiraciones romanas.
Aun detrás de ellos, casi al alimón con una mirada furtiva al arco neomudéjar de José Antonio, extensiva al azul cielo, centenares de personas como sardinas en lata, rozando la tragedia de una avalancha, angustiosos segundos: porque todos esos que se tiraron al ruedo, también los que esperaban en ese quicio de la gloria eterna y los que salían de su localidad. El que escribe trató de salir y fue imposible. Entrar en la marea para volver a salir. Inviable acceder a la explanada hasta pasados un par de minutos.
Mientras, para entonces, el cortejo morantista ya estaba casi lindando con el asfalto de la carretera de la calle Alcalá. Por el camino, un interminable rosario de zapatos de todo tipo: de vestir, náutico, castellano, zapatillas de deporte, alpargatas, hasta una sandalia con tacón de aguja… Por decenas se contaban. Una instantánea de otra época. Como los restos de gafas de sol, hechas literalmente añicos. Estremecedor. Los gritos de suceden: “Al hotel”, “Al Wellington”, “Hay que cortar Alcalá”… Y la comitiva, con los caballos de la Policía Nacional abriendo paso y dejando mil y un arañazos en el asfalto con sus herraduras, echa a andar otra vez. Calle Alcalá arriba. La imagen del video habla por sí sola. Millares de personas en marea humana enfilando hacia Manuel Becerra. Otra imagen de blanco y negro filtrada a todo color, por cortesía de Morante de la Puebla.
El sevillano visiblemente fatigado, a mitad de calle, se bajó de sus costaleros y se metió en la furgoneta de la cuadrilla. Pero la marea no se va. Sigue detrás. Por millares. Privilegiados todos. A cámara lenta, la furgoneta sigue hasta el Wellington. La masa detrás. Hasta el Hotel. Hasta Velázquez. Historia viva de la Tauromaquia.