En apenas doce días se nos han ido tres poetas: Caballero Bonald, Franco Battiato y Paco Brines. En estos tiempos distópicos no hay, a lo que parece, espacio para la poesía.
Ocurre, sin embargo, que como escribiera Gabriel Celaya (como Brines, miembros de la Generación del 50) y cantara Paco Ibáñez, “la poesía es un arma cargada de futuro”. Sigue siendo, pese a todo.
Caballero Bonald vivió para contarlo, Franco Battiato ya habita en su centro de gravedad permanente y Brines sigue ahí, elegantemente eterno, a la sombra de los naranjos y frente al mar de la sabiduría.
Del italiano Battiato no se conocen pulsiones taurinas, de Caballero Bonald y Brines, sí. Ambos las dejaron de palabra y por escrito y en estos días luctuosos unos las han (hemos) recordado y otros silenciado con premeditación y alevosía. Es lo que pasa con los muertos.
Poesía y toreo se llevan bien, diría que sin la una no se entiende el otro. Y viceversa.
La lista de poetas que llevan el toreo a su obra, que se inspiran en él y con él, es tan prolija como sabida. Pero quizás sea “El llanto” lorquiano la obra magna. Caballero Bonald y Brines pertenecían a la Generación del 50, cuya predecesora inmediata en el tiempo fue la del 27. Y si en esta eran mayoría los “poetas taurinos”, en la posterior no. Sólo, junto a los citados, Fernando Quiñones, Félix Grande, Gloria Fuertes y Blas de Otero (que llegó a apuntarse en la Escuela taurina venteña). Ni Caballero Bonald ni Brines introdujeron el tema taurino en su obra poética pero siempre reivindicaron la tauromaquia, incluso desde ciertas desafecciones temporales. Brines, hasta su retiro en Oliva, fue asiduo en la Plaza de Toros de Valencia y mantuvo estrecha amistad con Esplá, que lo tiene entre sus referentes.
En Vistalegre, estos días, el toreo ha ido de la gloria a la tragedia, del triunfo a la sangre. Ese es su sino, ese su misterio, esa su grandeza. Esa, también, su poesía.
Paco Brines, decíamos, iba mucho a lo toros y como explicaba su amigo y poeta Carlos Marzal en un artículo en ABC tras la concesión del Premio Cervantes, apasionado, conocedor de la lidia y el toro y con Antonio Ordóñez como su torero favorito.
No estaría de más, sino todo lo contrario, que hoy, finalizado el paseíllo en Vistalegre, antes de ese Himno que absurda y machaconamente suena en cada tarde de toros, se guardara un minuto de silencio en memoria de Paco Brines. Sería un acto de justicia poética.