PACO MARCH
Mientras los tendidos de la Maestranza eran un mar de pañuelos blancos (bien el usía asomando el suyo, pese al pinchazo) fue Pablo Aguado a recoger la montera, que diez minutos antes fueron a manos de Curro Romero. Y el Faraón, con el rostro sonriente y los ojos vivos y luminosos, levantó el pulgar. Todo dicho.
Pero para quien no lo viera hay que explicar que la tarde toda de Aguado y, en concreto, esa faena al sexto, fue de una torería, un aroma de toreo recio y una pureza y clasicismo ( de clase y clásica) subyugantes. En la forma y por fondo.
El gesto justo ( en palabras de Antonio Pradel escritas de José Tomás) , el cite como debe, el muletazo reunido, la figura encajada, el valor para hacerlo.
Por la mañana la Universidad de Sevilla había rendido homenaje a Curro y allí estuvo Diego Urdiales, que no pisará el albero maestrante.
En su día Romero, tan Sevilla, vio a Urdiales, tan Rioja, y dijo: este sí.
Por momentos , viendo torear a Aguado creí ver a Urdiales (con perdón). Quizá ese fue el motivo por el que no me extrañó (y celebré) ese pulgar alzado por Curro, algo así como una bendición para el toreo que Pablo Aguado derramó sin cuentagotas en la Maestranza para ganar Sevilla.
Y el reconocimiento de todos.
¡Ah!, en San Isidro no está.