ENTREVISTA

David Galván: “Tengo una Puerta Grande pendiente en Las Ventas”


miércoles 15 mayo, 2019

El torero gaditano hace el paseíllo mañana en Madrid para plantar en este ruedo la bandera del valor seco, la pureza de formas y el “equilibrio en el sentimiento”

El torero gaditano hace el paseíllo mañana en Madrid para plantar en este ruedo la bandera del valor seco, la pureza de formas y el “equilibrio en el sentimiento”

TEXTO: MARCO A. HIERRO / FOTOS: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO

A David Galván, que ya no lleva un cuarto de hora en esto –alternativa en 2012- y se comporta con la madurez de un veterano, es difícil que le alteren el gesto un comentario o la seriedad de un toro bravo. Porque su aún corta carrera ha estado plagada de vicisitudes, de triunfos, de contratiempos, de tardes para recordar y momentos para el olvido. Pero todos ellos le han convertido en el tipo que es. En el torero que es.

Sonríe y habla sin amargura. Quizá porque el temple que le vino innato le hace navegar en la búsqueda del equilibrio. Y ese es el concepto que persigue, el mantra que se repite David cuando necesita anclar el objetivo en su particular visor. “El equilibrio es lo más importante, Marco. Lo tengo muy comprobado”, explica como si alcanzarlo fuera tan fácil como atarse los cordones de las zapatillas. “Creo que hay que alcanzar ese estado donde se haga mucho más fácil alcanzar los objetivos. De esa manera no te harán tanta mella los posibles fracasos ni te llenarán de euforia mal entendida los triunfos parciales en la búsqueda de tu meta. El equilibrio es donde creo que debo tender a vivir”.

Pero no es fácil. Porque David ha sido un torero de pocas palabras, poco dado a aparecer en los medios, remiso a la farándula y muy convencido de su rol y de su intención. Hoy pisa Madrid. Como otras veces, pero nunca igual. “Cuando va a hacer el paseíllo en esa plaza nunca piensas en que te vas a jugar la vida”, asegura sin pausas dramáticas ni momentos de silencio, “pero si no lo haces en ese ruedo, que es el más importante del mundo, si no cruzas la línea en esa arena, dime tú dónde lo vas a hacer…”. Y tiene razón.

Él ya lo ha hecho varias veces, pero hubo una en concreto donde encontró el material para alcanzar la meta. Fue en 2016, en su segunda corrida de la temporada. Era Domingo de Ramos y estaba anunciado con una corrida de Gavira. La misma ganadería la había lidiado el día de la Paloma el año anterior y había saludado una ovación. Ya no estaba tan nuevo como en 2014, cuando se llevó uno de los sinsabores más grandes que recuerda en esta plaza al escuchar los tres avisos con un toro de El Puerto. Todo forma parte de la historia personal de cada uno. Todo te hace crecer.

Aquel día comprendió la importancia de un momento crucial. Ese en el que decides que va a dejar de ser lo que tú quieres para que ocurra lo que quiera el destino, la fatalidad o las leyes del universo. “Yo ni siquiera tenía previsto irme a los medios a pegarle el cambiado”, explica David, que recuerda el momento como si aún estuviera ocurriendo. “Era mi primer toro y fui a pedir permiso a la Presidencia con la intención de hacerle un inicio pegado a tablas, pero de repente algo me ocurrió. Sentí la necesidad de hacer algo que reventase aquel momento, que recordasen los que estaban allí…”.

Los que estaban –estábamos- allí recordarán siempre aquella aguja astifina y temible que lucía el pájaro de Gavira por pitón derecho. Aquella era la que iba a pasar por la espalda porque había sentido la necesidad de que nos acordásemos de  aquel momento. Y é también lo recuerda. No podría olvidarlo. “Lo cité muy largo y tuve que dar un par de pasitos hacia él para que se viniese”, rememora con seguridad, “pero luego vi venir aquel tren y pensé que iba a tomar la muleta, porque lo había visto humillar mucho. Llegó al embroque y entonces sentí como un navajazo en el gemelo, como si te clavasen un cuchillo y lo sacasen sin que te diera tiempo a nada más. Era mi primer toro y yo sabía que me había herido”. Podría haberse acabado allí. La media de David, tinta en sangre, le daba el salvoconducto a la enfermería, pero eso no le servía. No había pasado el miedo de Madrid para que todo acabase en cinco minutos y sin vencer.

Pero hubo un halo de esperanza. David lo sintió como una certeza. “Yo sólo pensaba en que me aguantase la pierna, porque no podía dejar aquello así”, narra Galván con la misma preocupación que sintió entonces. “Y me aguantó. No sabía cuánto iba a durar aquello, pero estaba fuerte y tenía la posibilidad de hacerle la faena que me saliese. No sabía cuánto iba a durar en pie, de modo que tenía que ser todo muy intenso. Y así fue. Humillaba el toro, se desplazaba y la tomaba con largura. Recuerdo los olés retumbando en mi cabeza…”. Como si estuviesen en otra dimensión. Como si lo que estaba ocurriendo entre el animal y el hombre estuviese fuera del parámetro temporal. “Lo pase peor para matarlo”, continúa David, “porque ahí a la pierna ya le costaba mantenerme en pie, pero lo logré. Y con la oreja en la mano me fui para la enfermería”.

Era el primer toro. Era Madrid. Y tenía una oreja en la mano y un agujero en el gemelo. ¿Qué podría más? “Cuando llegué a la enfermería, don Máximo me dijo que tenía el gemelo atravesado de parte a parte”, rememora David. “De hecho, tengo una cicatriz de entrada por un lado y otra de salida por el otro, con el músculo completamente partido. Pero yo quería salir a matar el otro y abrir la Puerta Grande. Era todo mi empeño. Pero cuando me levanté de la camilla y fui a ponerme en pie la pierna ya se había quedado fría y no respondió…”. Y allí se apagó la luz por aquella tarde. Cuando el tremendo foco de la enfermería alumbró a García Padrós en su intervención David ya estaba soñando con los muletazos que se le habían quedado en el alma. “De hecho desperté de la anestesia general en la ambulancia y lo primero que pregunté es qué había hecho Curro Díaz con el segundo de mi lote”, asegura Galván. “Me dijeron que había abierto la Puerta Grande y me quise morir, porque pensaba que había sido con mi toro. Luego me dijeron que no, que el mío no había servido, y entonces respiré un poco más”. Sonríe cuando se acuerda. Porque lo tiene en el punto de mira: “Pero Las Ventas me sigue debiendo una Puerta Grande”.

¿Y si fuera hoy, David? “Para eso me preparo, Marco. Con eso sueño, pero no me obsesiono. Ayer estuve tentando donde el maestro Joselito y me dijo que todo depende de mí. Que es verdad que a veces no hay material posible, pero siempre depende de uno”. Tiene razón. En otro domingo torero, esta vez el de Resurrección de este año, David se encontró con los dos únicos ejemplares de El Torero que no sirvieron. “Ni para jugarse la vida, Marco. En Madrid necesitas un toro que diga otra cosa. El que se para y no quiere no te sirve ni para asustar”.

Por eso hay que preguntar por Valdefresno, porque no es una ganadería con la que se haya prodigado el gaditano. “Estuve allí tentando y toreé dos toros tan distintos como la noche y el día, pero los dos te sirven en Madrid si salen; uno el clase, en ritmo, en reboce y en calidad, pero el otro en raza, en complicaciones, en pedir el carné. Y con los dos estuve tan a gusto que sueño desde ese día en que mi lote de hoy sea así”. Ahora sí sonríe. Sabe que lo tiene en la mano. Porque es torero, y hoy hace el paseíllo donde las cosas valen.