Fue un héroe. Y lo sigue siendo. Un torero que buscó, trabajó y sufrió la gloria de convertirse en uno de los más amados y -por tanto- los más presentes en las conversaciones de los aficionados. Y en las quinielas de las ferias, en las que más de una vez tuvo que hacer favores a las empresas por haberse metido éstas en berenjenales poco beneficiosos para el futuro de la Fiesta. Fue, en definitiva, portador del cetro de las ferias, pero hoy, muy pocos años después de eso, el problema no es que David Mora desaparecido del mapa taurino; el principal problema es que nadie se pregunta qué es de su vida. CULTORO sí.
Una carrera fraguada en capeas que explotó casi por casualidad
La de David Mora no fue la típica carrera del chaval que empieza en una escuela de tauromaquia, se forma, gana experiencia y da el salto a los grandes escenarios cuando está preparado. El manchego se crio entre capeas, capotes, pitones y docencias defensivas para sobrevivir, primero, y torear después. Pero eso también implicaba ver la cara terrorífica, el volumen al límite y las ideas aviesas y salir indemne sólo por el hecho de haber vivido ese momento de vértigo que provoca tanta adicción. Y David lo vivió tanto que decidió que ese era el mundo en el que quería dar, porque siempre tuvo claro lo tremendamente milagroso que era recibir.
Recibir prebendas y gloria, porque lo de recibir el pitón en las carnes propias lo supo pronto; en su presentación en Madrid, donde había dado una prometedora vuelta al ruedo en el novillo del debut, el segundo de su lote le partió el muslo en dos, explicándole, además, que esto, además de ser difícil, también iba a ser doloroso. Físicamente doloroso. Pero aún no había sangrado sin razón, porque su carrera de novillero fue meteórica y su nombre se vio en todas las ferias. Sin embargo, cuando tomó la alternativa en 2006, aquel 31 de agosto en Bargas sería su primera y última corrida de toros de la temporada. Había que esperar.
La rivalidad de David Mora con Fandiño: ¿provocada o bien aprovechada?
Al menos hasta 2009, cuando sus actuaciones fueron incrementándose gracias a triunfos puntuales en lugares clave. Y gracias, sobre todo, a una rivalidad con Iván Fandiño, que venía de las mismas tracas, que significaba los mismo que él y que había elegido la misma vía para navegar contra el sistema. Pero entonces no era contra, sino con. Aunque los adláteres que tenía el de Orduña -que nunca llegó a ver el mañana en que sería libre porque estaban ellos detrás- midieran mal el poder que iban manejando. Pero lo dos, David e Iván, Iván y David, se hicieron ricos cuando se echaron el sistema a la espalda aquel año 2012 en que el famoso G10 se echó en los brazos de ASM y ninguno de ellos compareció en Sevilla, poniendo, además, en jaque, a un sistema que siempre estuvo más acostumbrado a las trafullas que los toreros, que jamás habían levantado la cabeza de la muleta.
Allí fue cuando David aprovechó esa Puerta Grande madrileña que ese mismo año, el 5 de junio, había descerrajado con dos toros de Valdefresno que perdieron una oreja cada uno en la batalla con aquel David que terminó a medio vestir de verde manzana y oro. Y allí fue también cuando el sistema los puso a pelearse en batallas aguerridas en las que Mora y Fandiño ofrecieron el espectáculo y cargaron con la responsabilidad de la taquilla. No eras José Tomás, es verdad; pero el público acudía. Y lo hizo hasta que el G10 dejó de serlo y la individualidad hizo imosible que aquel grupo fuera un grupo.
El día que Las Ventas se quedó sin toreros para lidiar la corrida
No había sido la primera vez que ocurría, sino la tercera, pero el 20 de mayo de 2014, cuando al tercer toro debió suspenderse la corrida por estar los tres toreros heridos en la enfermería, David fue el primero en caer. Y el más grave. No le dio tiempo ni de soplarle al toro de El Ventorrillo la larga cambiada para la que le esperaba de rodillas en la puerta de chiqueros; segundos más tarde viajaba en los brazos de los banderilleros con un boquete en el muslo izquierdo y la vida abandonando su cuerpo por la destrozada femoral. Dramático. Por eso -entre otras muchas cosas- don Máximo García Padrós debería estar propuesto para su canonización.
Luego dos años de caminata. Cojo, con la esperanza casi agotada, pensando en dedicarse a otras actividades porque el toreo le iba a exigir un tributo que no iba a poder pagar de nuevo. Tuvo que aprender a caminar de nuevo, a vivir de nuevo… y a torear de nuevo. De hecho, es ese David Mora que reapareció en Vistalegre una tarde de febrero de 2016 el que más derecho y más puro haya toreado nunca. Porque tenía limitada su movilidad, y aprendió a convertir en virtud lo que podía parecer un defecto. Había vuelto el torero que había salvado a la persona.
Hasta el punto de anunciarse de nuevo en el escenario de su tragedia. Con una de Alcurrucén y sin esconderse. Vestido de manzana y oro, como mandaba su tradición. Y cuando salió ese Malagueño y se lió a embestir con ritmo, con entrega, con son, con compás, con codicia… Tanta, que lo primero que hizo fue echárselo a los lomos de una manera feísima. Pero encontró la distancia David, y se acordó de todo cuanto había pasado para que el pulso de su mano izquierda impusiese su ritmo al toraco de Alcurrucén. Temple le habían dicho que se llamaba aquello. Y aquel día, David Mora, el torero, la persona, el tipo extraordinario que siempre tiene una sonrisa y una palabra de ánimo y de ayuda para todos, fue feliz.
Por la calle del olvido…
Pero desde entonces nada fue en trayectoria ascendente, como hacía suponer el enorme triunfo de un hombre que había triunfado en Sevilla con dos toros de El Pilar, y que había cortado tres orejas en una tarde en la cenicienta arena de Bilbao, y que se había enfrentado a corridas de Dolores en Pamplona y había firmado con Iván Fandiño uno de los mano a mano de más fundamento que ha conocido la plaza de Las Ventas en este siglo, cuando los dos se jugaron el cuero con una corrida áspera y correosa de Gavira. Ese David Mora pareció tragárselo la tierra después de torear en Almorox en 2019.
Esa es, por el momento, su última corrida de toros, en una temporada prepandémica en la que hizo el paseíllo únicamente en tres ocasiones -con tres orejas paseadas-. Había cortado una oreja en Tomelloso, saludado una ovación en Las Ventas y desorejado un toro en su última corrida. Después… nada de nada. Nadie sabe qué fue de él. Ha dejado de responder al teléfono. Quién sabe por las vicisitudes personales que haya tenido que pasar el que siempre será un hombre bueno, sencillo y generoso.
Incluso se quitó de la corrida de la Gira de Reconstrucción en la que llegó a estar anunciado. Tal vez por tener tomada ya la decisión de irse sin hacer ruido. Y eso le honra; pero al sistema que maneja el toreo lo deja a la misma altura que el betún de los zapatos. Una vez más…