Julián López El Juli también sa sido una voz más que autorizada para salir en defensa de la Escuela Taurina de Madrid, cuyo futuro se encuentra en peligro debido a la arbitrariedad de la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, y su equipo de Gobierno.
El matador de toros madrileño explica en su web oficial que «los valores que me enseño la Escuela taurina hoy se los inculco yo a mis hijos». Alumno del centro entre los años 1992 y 1996, Julián cuenta su primera experiencia en la Venta del Batán. Este es el texto:
Mi abuelo sacaba del bolsillo de su abrigo la cajetilla de tabaco. Tras
un instante de silencio, se quitó de los labios el cigarrillo, volvió a
guardárselo en el abrigo y sacó la mano del bolsillo para coger la mía
tras acariciarme el pelo con ternura. Se había percatado que los nervios infantiles me estaban invadiendo en mi primer día en la escuela taurina de Madrid.
Había pasado poco tiempo desde que celebramos mi primera comunión con una capea.
Aquella noche, tras darle un capotazo a una becerrita, le dije a mi
padre que quería que me apuntara en la escuela. Mis padres tenían que
trabajar y sacar adelante el negociode bordados que
tenían en el Barrio de La Concepción. Así que fue mi abuelo Ignacio
quien me acompañó en el primer paso de mi trayectoria taurina.
Nos recibió Tinín,
uno de los profesores del centro. Mientras nos instruía, los muchachos
que iban llegando a la clase diaria se situaban uno detrás del otro y,
como en una recepción de la realeza, iban saludando al profesor: «Buenas tardes, maestro».
Eso
me llamó mucho la atención, pero más me extrañó cuando los propios
chavales que llegaban se daban la mano con otros que ya estaban
entrenando en la placita de tientas. Y otra vez: «Buenas tardes». En mi
barrio, San Blas, no
había visto nada parecido. Allí, a lo sumo, nos saludábamos con un «ey,
tú», o «qué pasa», y a la gente mayor se le trapicheaba y vacilaba.
En sólo un minuto en la Escuela recibí la primera lección, y no fue taurina, fue de vida. La Escuela de Tauromaquia de Madrid me dio unos valores que mantengo a día de hoy. El respeto, la honestidad o la humildad es
algo que se les inculca a los niños que quieren ser toreros, y el
propio toro te confirma después que esos valores son inherentes de la
profesión.
Jamás
vi una pelea entre alumnos, ni siquiera un insulto. Y si acaso alguno
levantaba la voz a otro ahí estaba Gregorio Sánchez para ponerlo en su
sitio. El maestro Gregorio,
el director artístico de la escuela, será siempre mi mentor. Con fama
de duro y arisco, se empleó en mi enseñanza con una entrega total. Me
enseñó qué es la raza y el no dejarse ganar la pelea en la plaza.
Si
he llegado donde estoy es, en parte, gracias a Gregorio, a los
profesores y a mis compañeros. Y los valores que me inculcó la escuela
trato de infundirlos ahora en mis hijos. La Escuela del Batán no es sólo una escuela taurina, es una escuela de vida.