No crujirá el corazón del aficionado. No reventará la patata de quien pellizca la piedra con el toreo más puro. No hará que el Rosco le tire su pañuelo, pero es y siempre ha sido el torero del pueblo; la necesidad de quien se vio necesitado y utilizó esta herramienta del toreo como vía de escape de la miseria para ser alguien en esta vida y, ahora, es esa misma herramienta la que tira de él para que la saque del pozo más oscuro de toda su historia. Y ahí está. Sin pensárselo. Entregado a la Fiesta. En Cordobés. Saltando -como la rana de Benítez- el bache del qué dirán en un mundo del corazón del que podría vivir perfectamente. Pero él es torero y así morirá: sintiendo en su patata lo que por las venas le corre.
Un torero, además, que apuesta para empezar por empresarios como Carmelo, sin ambages por la fiesta, asumiendo un modelo que no hace carteles para llenar, sino que llena con los que hace tirando de imaginación, promoción y oportunidad. Así de fácil. Y no le va a la contra al negocio, porque un empresario será sólo una rémora si deja de ganar dinero. En este y en todos los mundos posibles. Y en hacer dinero, Manolito es una máquina. Porque sabe cuidar a la gente, porque sabe tardar 20 minutos desde la furgo al patio de cuadrillas, porque conoce perfectamente cómo funciona la realidad cotidiana de la gente de a pie. Y no necesita artificios para convertirse en leyenda; le basta su simpatía. Porque Manuel, sólo con ella, lleva a la plaza a gente a la que los toros le importan entre nada y menos. Y ojalá existiesen media docena como él.
No olvidamos una última temporada 2017 antes de su adiós por la lesión en la que, a 15 euros el tendido, El Cordobés logró meter 5.000 almas en Motril, 4.000 en Fuengirola, más de 7.000 en Antequera en junio u 8.000 y sin billetes en San Fernando. Aquello fue, con tales circunstancias, ser el Gallito de 2017 aprovechando las Monumentales abandonadas del siglo XXI para hacer de los precios baratos el mejor semillero para el futuro de la Fiesta. Eso lo maneja Manolo. Y Carmelo no le va a la contra al sentido común, porque quiere seguir viviendo de esto, no mandar en nada ni en nadie más que en su hambre. Por eso quiere dar toros y no manejar estrategias peregrinas para ser el que tenga la última palabra. Y por eso hay que defenderlo.
«También hubiera sido el mejor si me hubiera propuesto serlo«, decía Manuel esta mañana entre risas, «pero eso era demasiado fácil; lo difícil era ser yo y que no hubiese nadie mejor que yo para hacer lo que yo hago. Y eso lo he conseguido». Por supuesto, Manuel. Lo has conseguido con creces.
Ahora al toreo le queda la tarea de inventar más como tú para cuando ya no estés definitivamente. Porque en un menú que se precie deben existir todos los alimentos, y al toreo le hacen falta pellizcos, pero si no existen cordobeses que citen a los paganos en la fiesta que es del pueblo, no habrá pueblo que sustente el pellizco.