SEMBLANZA DE DÁMASO

El torero desgarbado de los cuellos imposibles


sábado 26 agosto, 2017

El manchego lo tenía todo... para no romper como figurón del toreo, pero se convirtió en temple puro para conquistar el alma de aficionados y profesionales hasta ser torero de toreros

El manchego lo tenía todo... para no romper como figurón del toreo, pero se convirtió en temple puro para conquistar el alma de aficionados y profesionales hasta ser torero de toreros

MARCO A. HIERRO

El maestro Dámaso fue figurón del toreo a pesar de todo y de todos. Lo fue a pesar de su cara afilada y aguileña, con los rigores del campo bien visibles en ella desde muy temprana edad. Lo fue a pesar de su eterna pelea con el cuello de sus camisas, con los que luchaba cada tarde que se vestía de torero, como el escudo en el que se parapetaban los miedos de pisar el sitio que moraba Dámaso. "Si Dámaso hubiera sido guapo le hubieran puesto hasta capillas para rezarle". La frase se la escuché hace un par de años a una figura ya retirada cuyo nombre prefieron reservarme.

Lo cierto es que Dámaso fue un torero contracorriente enmarcado en una de las mejores generaciones de toreros que ha dado la historia. Aquellos años 80 en los que la fiesta se quejaba de que el toro se caía parieron figuras de la categoría de José María Manzanares, El Niño de la Capea, Julio Robles, Antonio José Galán, Ortega Cano y el propio Dámaso. El toro se caía, es verdad, pero el elenco enumerado abanderó el temple en estado puro para inscribir sus nombres en la historia de la Tauromaquia.

Recio y seco de carnes, enjuto de rostro como describía Cervantes a su Quijote. Dámaso era la antítesis del torero chulo instalado en el imaginario popular. Jamás vigiló especialmente su atuendo o su aspecto, lo que le valió críticas en los medios y guasas a las que son muy dados los taurinos en general. Pero todo eso se acababa cuando aparecía su tremenda capacidad de reducir toros -incluso de las divisas más exigentes, que nunca reguyó-, de templar embestidas y de gobernar voluntades. El Rey del Temple llegaron a llamarle los mismos que se mofaban de su aspecto exterior. Porque Dámaso se convirtió sin paliativos en uno de los grandes de la historia.

La última vez que toreó en público fue en un festival, por una buena causa de las muchas que abanderó. Entre el respeto de los profesionales que siempre se granjeó. Y con ese aroma a toreo en redondo y por derecho que abdujo a miles de toros durante su carrera y una vez retirado, cuando la soledad del campo arrullaba su concepto.

Sólo 20 días han bastado para precipitar el final. Un tumor que no atendió a los toques de la quimio. Con este no pudo el hombre. El torero y su leyenda son ya patrimonio de la historia del toreo.