Hacía tiempo que no veíamos a Juan Antonio Ruiz ‘Espartaco’ delante de un animal bravo. En algunas ocasiones había dado un paso adelante para torear alguna tanda suelta a una vaca en el campo, pero en las últimas semanas el veneno del toreo le hizo tragar silaba y tentar por derecho a una vaca brava. José Tomás decía que “Vivir sin torear no es vivir” y eso lo sabe todo aquel que ha sido profesional de esto.
Una vez que te atrapa el veneno estás perdido. Pero Juan Antonio no es capaz de dejar de lado el toreo, entre otras cosas, porque ha sido su vida, pese a que en un primer momento fue su padre el que le empujó a este mundo, un hombre que no perdió la ilusión por torear y que día tras día pese a superar los 80 años se sigue preparando físicamente como si tuviera por delante 15 o 20 festivales.
Espartaco nació el 3 de octubre de 1962 en Sevilla, hijo de Dolores Román Salado y Antonio Ruiz Rodríguez. Juan Antonio es hijo y hermano de toreros; figura indiscutible del toreo y el que más veces toreó en el siglo XX, superando incluso la cifra de Domingo Ortega: durante ocho temporadas 1982 y 1985-1991. Un espada que ha conseguido salir a hombros por la Puerta del Príncipe hasta en seis ocasiones, siendo la del toro ‘Facultades’ de Manolo González la que le cambio la vida y le colocó en todas las ferias.
Un espada que nunca lo tuvo fácil y que pese tener una Puerta del Príncipe a sus espaldas no le regalaron nada. Un espada que tocaría el cielo hasta en seis ocasiones, todas ellas curiosamente en el mes de abril de 1982, 1985, 1986, 1987, 1990 y 2015. Juan Antonio pese a llevar más de ocho años retirado aún tiene es mirada penetrante que le delata como torero, esa que nunca desaparecerá de aquellos que miraron frente a frete a la muerte y pudieron con ella. Torero de sonrisa perenne y un temple innato en sus muñecas, por eso el poderle ver en la soledad del campo es un regalo para todo aquel que tuvo la dicha de estar presente.
La Palmosilla y una tarde mágica de verano
Ocurrió hace unos días en casa de Javier Núñez, un ganadero con alma de torero que sigue persiguiendo el toro total, pese a que sabe que es nunca llegará, al igual que la faena perfecta para un torero, porque en este mundo la perfección no existe y son las imperfecciones las que engrandecen una obra entre toro y torero. En la Palmosilla se respira paz, el levante ha dado tregua para poder vivir una tarde única.
Una faena de pura caricia a la 288 de nombre ‘Bulería’, una hija del recientemente ‘Abandonado’, el semental estrella de una casa donde nunca se perdió el buen gusto. Espartaco dio un recital de temple, alturas, sincronización de movimientos, naturalidad y largura en los muletazos para cuajar de cabo a rabo a una vaca de grandes virtudes. Antes ya había soltado muñecas con un sutil juego de manos lanceando de capote.
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Pero ‘Bulería’ únicamente había sido el postre, entes había cuajado a ‘Vanidosa’, una vaca marcada con el número 290, hija del 17 ‘Abandonado’, un semental estrella en la casa que ha dejado tras de sí 9 sementales, 66 hijos vivos y 48 vacas madres. Juan Antonio hacía tiempo que no se ponía delante de un animal bravo, pero ante la insistencia de los allí presentes y conociendo las virtudes de los animales de la casa, dio el paso adelante.
Curiosamente, el diestro de Espartinas fue el encargado de inaugurar la plaza de tientas de La China, finca madre de la ganadería y donde se encuentra la mayoría del ganado. Fue hace 26 años, concretamente en 1997, una fecha que Javier y su familia no olvidarán jamás porque fue el comienzo de un proyecto que varias décadas después ya se ha convertido en una realidad con el nivel que alcanzó la vacada.
Como decía el Maestro Pepe Luis Vázquez, “el toreo es cabeza y muñecas” algo que siempre llevó a rajatabla el torero de Espartinas, porque Juan Antonio, como rezaba aquella sevillana de Rafael del Estad “Soñando, soñaba, que estaba despierto”. Una sinfonía de toreo que ocurrió por casualidad, las musas vinieron sin ser llamadas y el toreo salió a relucir mientras el sol se perdía por el horizonte que nos separa del continente africano. Días más tarde volvería a soltar muñecas y a sentirse torero con las coquillas salmantinas de Sánchez Fabrés en otra tarde de mágica que únicamente los allí presentes pudieron disfrutar.
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