«El toreo es el espectáculo más bello y perfecto que han creado los españoles». Eran palabras del poeta Francisco Brines, que hace un mes solamente recibió el Premio Cervantes 2020 y que este 20 de mayo ha fallecido a los 89 años de edad. «Los partidarios de su abolición son tontos. Se lo dije a un joven animalista y faltón a la salida de la plaza: defendéis los toros, pero si alcanzárais la abolición, lograríais lo que no consiguió Hitler con los judíos, exterminarlos, porque para leche o para carne hay otras razas, y más baratas», señalaba en una entrevista en El Cultural hace unos años.
El escritor valenciano consiguió con el Cervantes el galardón más prestigioso de todos los que se conceden a los escritores de lengua española. Brines era uno de los últimos supervivientes de la generación de 1950 y una de las voces con más hondura de su generación. «Yo quería escribir un tríptico sobre el torero, el toro y el público, pero no lo he hecho, y ya no lo haré. Ahora no voy a la plaza porque camino mal», aseguraba hace unos años en la citada entrevista.
BIOGRAFÍA DE FRANCISCO BRINES
Francisco Brines Baño nació en Oliva, Valencia, en 1932. Estudió derecho en la Universidad de Deusto, Valencia y Salamanca, y cursó estudios de Filosofía y Letras en Madrid.
Pertenece a la llamada Generación del 50 (junto con Claudio Rodríguez, José Ángel Valente o Jaime Gil de Biedma) aunque Brines nunca cultivó la poesía social.
Fue profesor de español en la Universidad de Oxford, y en 1988 revisó y adaptó el texto de «El alcalde de Zalamea», versión que fue estrenada en noviembre del mismo año por la Compañía de Teatro Clásico, y dirigida por José Luís Alonso. En el año 2001 fue nombrado miembro de la Real Academia Española, para ocupar el sillón X, vacante tras el fallecimiento del dramaturgo Antonio Buero Vallejo.
Ha recibido los más importantes galardones en el ámbito Hispanoamericano, como el Premio Nacional de Literatura o el Premio Reina Sofía de poesía.
Su obra poética, en la que se percibe una evidente influencia de Luis Cernuda, se caracteriza por un tono intimista y por la constante reflexión sobre el paso del tiempo. Su escritura, que tiende a un equilibrio clásico y a un tono melancólico, que intenta dominar la angustia ante la muerte mediante una asunción serena de lo inevitable.