Cuando comenzaba la segunda década del siglo los toreros -por fin- decidieron levantar la cabeza de la muleta y mirar a su alrededor. Y vieron que estaban nutriendo un sistema que los tiranizaba sin ningún disimulo, pero usando la vaselina de pagar bien para que nadie se preguntase cuánto generaba y en qué concepto. Tal vez ahí estuvo la oportunidad de cambiar las cosas, en un momento en el que Interior todavía era el ministerio del toreo y ya se estaba perpetrando la ignominia catalana. Entonces todo estaba mal; y había que hacerlo bien.
Fue entonces cuando las principales figuras de entonces –Enrique Ponce, Morante de la Puebla, El Juli, José María Manzanares, El Cid, Cayetano, Alejandro Talavante, Miguel Ángel Perera y César Jiménez– decidieron que había que liderar la modernización del toreo, y se con virtieron en el denominado G10, que pasará a la historia por la guerra de los derechos de imagen y, sin embargo, fue también el impulsor de las conversaciones que llevaron al toreo a Cultura con un Gobierno socialista. Y el líder de ese movimiento, que nunca quiso focos ni protagonismos, fue Julián López ‘El Juli’.
Julián estaba convencido de que había que cambiar ciertos hábitos muy mal adquiridos en el sistema y que había que modernizar la profesión y, por ende, el entorno en el que se desarrollaba. Había que explicar el toreo, había que llevarlo al aficionado potencial. Pero luego había que defenderlo en los mercados de derechos donde trincaban todos menos ellos. Será famosa ya, por siempre, aquella Feria de Fallas en la que las figuras no estuvieron porque ASM, la empresa a la que habían cedido la gestión de sus derechos televisivos, no había llegadom a un acuerdo con la empresa. Ni con la de Sevilla. Ni con Madrid. Allí la cosa tomó un cariz mucho más feo y aquello hizo fracasar un proyecto que abarcaba mucho más de lo que hoy se recuerda, pero es que esta historia la escribieron -como siempre- los vencedores.
El Juli siempre estuvo ahí, en la vanguardia de la lucha. Pero no porque saliera en las fotos, hablase en los foros o quisiese hacer fuerza para favorecer a los compañeros, no. El Juli estuvo siempre a la vanguardia porque ha sido el primer torero de la historia en crear una Fundación para formar a los jóvenes que quieren ser toreros, y que no tengan que malviajar por las carreteras en busca de un pitón y otro pitón. En su sede de Feligrés, la primera finca que compró con 15 años, Julián creó una infraestructura apropiada para que los chavales se fuesen formando. Incluso proporcionándoles pisos en la vecina Arganda para que compartiesen y conviviesen.
Hoy en día, toreros como Fernando Adrián, Juan Leal, Adriano o Damián Castaño, entre otros, están ahí porque un tal Juli puso los medios a su alcance para que persiguiesen su sueño. Todos ellos salieron de la Escuela de Arganda, que no pertenece a una institución, sino que financia íntegramente el maestro Julián López Escobar. A muchos de ellos incluso tuvo la sensibilidad de darles o confirmarles la alternativa.
Y qué decir de sus reacciones cuando se han producido ataques a la libertad de elección, a la libertad de expresión o políticamente orientados al perjuicio de la Tauromaquia. Julián estuvo en Colombia cuando quisieron cerrar la Santamaría, en Madrid cuando el toreo salió a la calle postpandemia para pedir que les dejasen volver a la actividad. Apareciendo en programas de televisión como El Hormiguero o poniéndose frente a Risto Megide, aguantando estoico que le llamase asesino en serie y venciendo con argumentos el debate mediático y facilón que planteaba el provocador y sobrevalorado showman. ¿Sacó rédito taurino de ello? Seguro que no. Pero aún así, lo hizo.
Y mientras tanto seguía investigando en su interior por si quedaban más julis que descubrir. Y vaya si quedaban…