Dentro del campo bravo existen un número importante de vacadas que andan orilladas desde hace años por el desconocimiento de muchos de los que mueven los hilos, vacadas con una gran personalidad que andan lidiando de añojos y erales al no existir mercado para ellos en las corridas de toros. El tipo de toro, la preferencia de las figuras, algunos baches debido a la consanguinidad, el tamaño del animal, las modas o divisiones familiares hicieron que estas vacadas redujeran ostensiblemente el número de cabezas.
Saltillo, Murube, Santa Coloma, Veragua, Atanasio, Conde de la Corte, Núñez… son muchos los encastes que han perdido protagonismo en las ferias en detrimento del encaste Domecq. Un tipo de toro más versátil y moldeable que ha acabado imponiéndose en esas plazas donde de “vende el bacalao”. Un tipo de toro que ha sabido adaptarse a la demanda que hay hoy en día y conseguir encontrar su hueco en las distintas ferias.
Dentro de esa amalgama de sangres que antes poníamos sobre la mesa encontramos una ganadería pequeña pero con una base genética de incalculable valor. Nos referimos al hierro manchego de José Ignacio de la Serna una vacada entroncada en la sangre Veragua que pasta en la provincia de Ciudad Real: “Es de lo poco puro que queda de este encaste”, nos comentaba su propietario, José Ignacio de la Serna, hijo del gran Victoriano, máxima figura del pasado siglo.
Hasta esta coqueta finca se fue nuestro compañero Pablo Ramos para fotografiar una ganadería muy especial que sigue luchando contra viento y marea por no desaparecer. Una explotación que adquirió Victoriano de la Serna -figura de los años 30- una vez que alcanzó la popularidad. Allí vivió durante años algo que sigue haciendo actualmente su hijo, ahora ganadero: “Las vacas vienen de Javier Gallego, que es una de las ramas que quedó de Veragua con mayor pureza. Actualmente tenemos unas 50 hembras; de ahí salen un par de novilladas, no pasamos de lidiar novilladas sin caballos”.
Una ganadería que se asienta un paraje único, un lugar de gran simbología para la familia: “Es una joya. La compró mi padre, Victoriano de la Serna, en el año 1934, cuando estaba en su apogeo de matador de toros. Al venir de una temporada en América, le aconsejó comprarse una finca. Mi familia bajaba de Segovia con grandes ganados de ovejas ahí, en el Valle de Alcudia. Desde entonces, la finca se ha mantenido igual; yo vivo en la finca con mis hijas; la ganadería es una extensión prácticamente de mi familia” nos explicaba.
Una vida ligada al toro que tiene un motivo de peso: “Es el agradecimiento al toro, que ha sido nuestra vida y es parte de la identidad de nuestra familia. Sobre todo, los amigos que necesiten torear” recalcaba un ganadero que no se ve con otro ganado que no sea este. Unos primeros pasos que fueron ligados a un encaste que siempre le llenó como aficionado y al que puso acceder a trabes de un buen amigo: “En esta compra tuvo mucho que ver Javier Gallego. Fue el encaste de mayor prestigio de siglos atrás; sigue siendo una madre excelente y yo soy de los que pienso que a una ganadería brava se le apoya en las hembras, que son las que dan estabilidad y dan solera a la ganadería”.
Por el momento y pese a las fechas en las que estamos José Ignacio decidió esperar un tiempo para comenzar con la prueba de selección en la plaza de tientas: “Aún no he empezado atentar. Solamente quedan añojas, se van a herrar y lo ideal sería tentar utreros como mínimo”. Respecto al toro que busca este lo tiene claro: “La embestida que busco es la embestida del ritmo, que a veces lo tiene que sacar el torero, pero tiene que tenerlo dentro el animal. A través del temple y los remates de los muletazos, hay que conseguir que se saque”.
Dentro de la conversación mantenida hay una frase que repite en varias ocasiones: “Lo que más me gusta es escuchar hablar bien de toros”, un mensaje a navegantes a esas nuevas generaciones que deben implicarse y conocer algo más una fiesta de los toros que necesita de buenos aficionados. José Ignacio lo es, tiene al toro en la cabeza pero también al cabestro ese que ayuda en las labores diarias de la ganadería y que luego utiliza para festejos populares: “Aquí también tengo unas 200 cabezas de vacas berrendas para vender para los festejos populares, por suerte están bien valorados y poco a poco le vamos dando salida”.

FOTOGALERÍA: PABLO RAMOS
























