Morante de la Puebla protagonizó una histórica puerta grande esta tarde en Madrid. Tal fue la pasión con la que se sacó a hombros al genio sevillano, que fue llevado a hombros hasta el hotel Wellington. Un momento para no olvidar jamás.
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Grande pero proporcionado. Buen hecho. Largo, con la cara colocada el primero, que hizo salida abanta, cada vez que llegaba a su jurisdicción, Morante le soplaba un lance cumbre, ya fuera veronica, delantal o chicuelina. Cumplió el toro en el peto y dentro de su medido empuje tuvo clase y calidad. Morante le dibujó una faena preciosa, medida, adecuada a la condición de un toro que tuvo una gran calidad pero quizá por su excesiva romana, le faltó ese punto de motor para ser de vacas. Después de un inicio torerísimo se superó en dos series con la derecha que tuvieron reunión, hondura y aplomo. Enroscándose el toro a su anatomía con sencillez y suavidad únicas. Una serie con la mano zurda, también descrita muy hundido en la arena y una estocada colosal, cobrada con inusual despaciosidad, puso en sus manos una oreja cara.
Muy suelto el cuarto, muy bonito de hechuras. Seguramente, demasiado bonito para esta plaza. No hizo nada destacado el toro en los primeros tercios pero Morante le tuvo paciencia y fe. Apostó por él, le tragó en los inicios con la derecha, sólo girando, descritas las series en un palmo de terreno. Con el toro acusando su medido fondo, le ofreció entonces el torero media muleta, componiendo y llenando la escena de modo inigualable. Pero, con todo, lo mejor llegó al final. Con la zurda. Tres naturales extraídos de uno en uno, tirando del animal con una languidez insuperable, enroscándose al toro y llevándolo detrás de la cadera. Cada uno de ellos duró tres cuartos de hora. Se fue baja la espada, pero la petición no ofreció discusión. Cayó otra oreja y su primera Puerta Grande como matador en esta plaza, que refrenda su histórico paso por Las Ventas esta primavera.