JAVIER FERNÁNDEZ-CABALLERO
Hoy cumple 80 inviernos Don Juan Carlos I de Borbón, el aficionado. La ovación más cerrada de las que ha tributado Madrid en todo San Isidro se la llevó aquel miércoles, 4 de junio de 2014 en el que, honrando la historia a través de la honra a su propia madre, llevó hasta lo más profundo de su condición pública la tauromaquia.
No debe ser fácil pechar y templar las embestidas sociales y el amor a los toros, como tampoco sobrellevar la bravura iracunda de la que muchos nuevos justos salvadores vienen por traer al ya de por sí injusto sistema político. Nada fácil. Y Don Juan Carlos, el aficionado, lo ha sabido lidiar precisamente con esas virtudes a lo largo de sus días: nobleza, casta, y bravura.
Haciendo de la Fiesta de la democracia su propio baluarte sobre el que no verter complejos. Todo lo ha hecho con la elegancia que merece el trato a la tauromaquia, sobrellevando los golpes hacia ésta tan sólo y exclusivamente con su presencia, que es el mayor de los aprecios al espectáculo. Respetando, por otro lado, el pensamiento de todos aquellos españoles no afines a este rito. NOBLEZA.
Heredó don Juan Carlos de María de las Mercedes el baluarte cultural más valioso del que ha sabido hacer gala y que ha cumplido como se cumplen las cosas: haciéndolas. En silencio, sin rimbombancias y, sobretodo, sin obligar la embestida de su pasión al sucesor real. También de sabios. CASTA.
Y aquel junio del 14 fue importante porque se encontraba pechando con entrega los últimos vaivenes sociales para volver, dos días después, a su palco tras la profética voz salvadora que anunció, en un 6.7 de la Constitución que embestía con las manos por delante, la Buena Nueva de la incongruencia constitucional. Sólo cuarenta y ocho horas hicieron entonces falta para que el rey volviese a los toros. Es de sabios rectificar y, también de sabios, seguir haciendo lo que es justo. Por esas 24.000 almas expectantes era justo que su presencia honrara por última vez el corazón de los aficionados. BRAVURA.
Tres virtudes que, por sí solas, justifican una Transición que aquel 3 de junio hizo el último de los actos públicos precisamente con el pueblo. Ni para él, ni contra él, sino con él. Con lo que quiere, con lo que admira, con lo que siente, con lo que ama. Con el toreo. Ese es y ha sido Juan Carlos, el rey aficionado.
PD: Hace 26 años el genio Rafael de Paula rubricó para la historia con su más puro instinto jerezano la significancia a lo largo de ésta del brindis al monarca: "Es un honor para mí brindarle la muerte de este toro. Le deseo toda la suerte del mundo para usté y para España, y ahora deséemela usté a mí, a ver cómo escapo yo con éste…"
Aquella tarde del 3 de junio de 2014, "El Juli" selló la etapa transitoria con un nuevo brindis histórico: "Majestad, por ayer, por hoy y por siempre: por apoyar y dignificar nuestra Fiesta. Muchas gracias". Ahí queda el sobrero: TORERÍA.