La tauromaquia está repleta de historias rocambolescas e impactantes que a veces, con el paso del tiempo, quedan en el olvido. La vida de Luis Ríos Losada, más conocido como «El Pinturero», es una de ellas.
Este torero nació en la ciudad gallega de Lugo poco tiempo después del final de la Guerra Civil, en aquellos años en los que el hambre, la pobreza y la escasez eran el día a día de la España de la posguerra. Al poco de cumplir su mayoría de edad, «El Pinturero» ingresó como voluntario en la Escuela de Paracaidistas, donde aprendió a volar y llegó a ser instructor civil en la base de Cuatro Vientos.
La primera vez que probó suerte en aterrizar en una plaza de toros en paracaídas no salió tal y como esperaba. La expectación que había generado su llegada por el aire al coso de Getafe el 20 de agosto de 1965 hizo que la pequeña multitud que se había reunido para contemplarlo fuera testigo de cómo el viento lo desvió hasta aterrizar finalmente en un descampado, desde donde tuvo que caminar hasta la plaza.
Ante las dificultades de abrirse paso en España y tras su primer fiasco volador, decidió cruzar el charco y embarcó como polizón a América. Su destino fue Cartagena de Indias, en Colombia, donde consiguió un contrato para torear.
Los caprichos de Eolo lo condujeron hasta las aguas del Mar Caribe
Así, el 18 de diciembre de 1966 se lanzó al cielo con unas botas de hierro con las que esperaba protagonizar un descenso con mayor precisión antes de torear en Cartagena. De nuevo, desde los aledaños de la plaza los curiosos contemplaron como Eolo, tan temible para los toreros, hacía de las suyas y desviaba a «El Pinturero» de su objetivo para terminar en las aguas del Mar Caribe. Las botas de hierro y la ausencia de un salvavidas, unido a que no sabía nadar, lo condenaron y el Caribe no lo perdonó. Su cuerpo sin vida no fue repatriado a Galicia hasta 1982, 16 años después de la tragedia.
El Pinturero, inmortalizado en la pintura y la literatura
Las circunstancias que rodearon su desgraciada muerte hicieron que algunos artistas se fijaran en su historia para inmortalizarlo. El pintor colombiano Enrique Grau lo retrató en uno de sus cuadros más famosos «La muerte de El Pinturero», donde se ve al torero guiado por unos querubines blancos que sobrevuelan la plaza. Además, el poeta Gonzalo Arango habló de él en su poema «Réquiem por un ye-ye» que acaba así:
«Una voz pidió un minuto de silencio
por la suerte del héroe
Nada de silencio;
la plata o el torero,
queremos al Pinturero, vivo o muerto”.
Hoy, después de más de medio siglo de su fallecimiento en las costas de Cartagena de Indias, la tauromaquia no olvida a «El Pinturero», el torero que llegaba en paracaídas a las plazas.