JAVIER FERNÁNDEZ-CABALLERO / Foto: Luis Sánchez-Olmedo
La pureza no se mella porque la pureza no es exterior, aunque saque a veces a la luz retazos que en el interior palpitan. Pero solo retazos, retazos mellados, trocitos livianos de lo que por dentro late, porciones parcas fragmentadas de lo que en la patata cruje.
La pureza no se mella porque está o no está. No está a medias. Y un ojo que seguro que verá de nuevo no puede, por tanto, mellar la integridad de un concepto que le ha dado gloria a la afición durante 13 años. No puede porque es imposible romper la barrera de lo que es invulnerable. Y lo que es, es; y lo que no, no. Y lo puro seguirá siendo puro independientemente de la forma que tenga de revelarse, de la forma en que se manifieste a la realidad. Independientemente de que haya o no visión. Que la habrá.
Porque hoy, a 2018, cuando sólo los curas y los toricantanos visten de blanco, un tío postrado en una cama de Albacete le está dando una lección a la sociedad de que aquí la pureza se viste por dentro. La pureza, la de Ureña, no es vana con el mañana, sino ambiciosa con el presente y respetuosa con el porvenir por no saber el grado de merecimiento del contrato que toca firmar. Ese ha sido el sino de su carrera… y Albacete le ha otorgado el grado de mito a la condición de un torero al que, por desgracia, muchos valorarán más después de lo ocurrido. Y en ese sino de su carrera –un sino en el que al torero que no le importaba que el traje siguiese colgando en El Casar porque el hoy y sólo el hoy era el más importante de todos los retos– llegó la tarde de Los Llanos.
No es la pureza en esto del toreo aduana para ganarse la vida y eso lo sabía antes del percance Paco, porque la desgracia de este negocio está en no ser justo con el paquete que se pasa abajo. Pero ha dicho en la plaza bien clarito que la droga de la verdad la lleva a gala. Y por seguro que Ureña entiende ese concepto como antídoto contra el injusto mañana contractual. Eso se ha encargado de decirlo toreando entre las siete y las nueve estos años. Puro, verdadero, lleno, entregado, roto… mil tópicos descriptivos en dos solos: pureza al natural.
El torero al que la dureza de lo intoreable le dio en su ascenso el aire que luego faltó entre su rostro y el pitón en Albacete, quiso ganarse el respeto y la verdad del corazón de La Mancha vestido de verdad. Y con un ojo reventado, lo hizo siguiendo por la izquierda y de frente, como la vida le enseñó al murcianito sincero, de terso bonachón que a veces torna en triste cuando las cosas no salen. Le salió cara la moneda de jugarse el bofe, de escapar de aquel maldito golpe… y por descontado que las tardes del despatarrarse por la zurda de los millones, del ahogarse en el mar de su libre proposición, de morirse proclamando un concepto que ya es homilía para cada afición en la que predica llegarán. Porque la pureza no se mella.
Las tardes en las que le ha salido cara la moneda de jugarse el bofe, de escapar mermado de las soberanas palizas con las que le ha tocado lidiar, las tardes de la sonrisa taciturna, de la tez expresión a golpe de natural y de la plaza en un puño, las tardes del cite de frente, del mentón en el pecho, de la proposición siempre pura, de ganarse a golpe de toreo a las plazas, de saber cuadrar los tiempos y las formas para llegar arriba (siempre serio), de predicar en las plazas y en los despachos el concepto en el que siempre ha creído… esas tardes llegaron y llegarán. Porque la pureza no se mella, a pesar de que la forma de exteriorizarse pueda cambiar.
La pureza que hoy está postrada en Albacete sigue impoluta y ataviada de blanco y oro. La sigue plasmando Paco Ureña en cada sueño en el Hospital que luego el Doctor Masegosa despierta de mañana. Su tarde del año presente en Valencia, su homilía del 17 en los ruedos que pisó, su verdad hecho pregón y su concepto llevado hasta el último resquicio. Una vida al natural… y de pureza intacta.