Lamentable espectáculo el vivido el pasado 15 de junio en la Plaza de Las Ventas tras el triunfo de Borja Jiménez en Madrid. Lo que debía haber sido una celebración del pueblo, pero respetuosa, terminó convertido en un episodio desordenado y poco edificante. El torero sevillano logró cruzar por tercera vez el umbral de la Puerta Grande en su carrera. Sin embargo, la forma en que se desarrollaron los acontecimientos opacó, en parte, el mérito de su actuación.
Borja Jiménez es, sin duda, un torero con mucho mérito. Pese a haber atravesado momentos difíciles, con escasas oportunidades, en 2023 su carrera dio un giro radical. La llegada de Julián Guerra como apoderado fue determinante: una apuesta firme por un torero de enorme capacidad y proyección. Ese respaldo le permitió destacar en la Copa Chenel, dejar una gran impresión en dos tardes en Madrid y firmar un triunfo rotundo en la Feria de Otoño con los toros de La A Coronada.

No obstante, lo ocurrido el pasado domingo dejó una sensación agridulce al torero -dentro de la euforia por la gloria conseguida-. Tras cortar las orejas y ganarse con justicia la salida en hombros, a Borja Jiménez no se le permitió completar la tradicional vuelta al ruedo. Un grupo de jóvenes irrumpió en la arena antes de tiempo y lo alzó a hombros sin que pudiera culminar ese momento con las orejas en la mano. Lo que debía ser una escena solemne, de comunión entre torero y público, fue arrebatado por la impaciencia de unos pocos exaltados.
Bien es cierto que el toreo es pasión, pero las cosas deben hacerse con mesura. Es positivo que la juventud se acerque a la tauromaquia, que muestre entusiasmo y ganas de vivir la fiesta desde dentro, pero no a costa de invadir un lugar sagrado únicamente para subir una fotografía a sus redes sociales. En el toreo existen formas, tiempos y códigos que deben respetarse. No todo vale. Las Ventas no es un escenario cualquiera; es la plaza más importante del mundo y exige una conducta a la altura de su historia.
Acelerar o alterar rituales como la vuelta al ruedo, destrozar un vestido de luces por llevarse un recuerdo —sin importar si con ello se hiere al torero—, o interrumpir la salida en hombros, no solo falta al respeto al protagonista de la tarde, sino también al público que presencia, con respeto, un momento único. El pasado domingo no se respetó la figura de un torero que ni siquiera pudo completar su vuelta al ruedo con las orejas en la mano, como era su deseo.
En definitiva, el triunfo de Borja Jiménez merecía ser recordado como una gran tarde, de confirmación y justicia para quien ha luchado contra el silencio y la indiferencia. Pero la imagen final quedó, en cierto modo, empañada por un desorden que no debe repetirse. Que sirva esto de reflexión: el fervor nunca debe rebasar la línea del respeto. El toreo, como arte que es, necesita también de sus tiempos y de su solemnidad.
