En 1934, mientras la noria de Alcantarilla (Murcia) daba vueltas para regar sus tierras altas, nacía un corazón torero que en lugar de abrir puertas grandes estaba destinado a romper barreras y a reivindicar la igualdad entre hombres y mujeres. En aquella época, retrograda, sin fuste y en donde los complejos coartaban las libertades, las almas de género femenino estaban destinadas a ejercer de profesión “sus labores”, servir al señorito si el hambre apretaba en casa de sus padres, buscar marido para no tener que trabajar más y tener hijos para dedicarse a ellos y a su esposo en exclusiva. Una mujer, y si encima venía de familia de escaso poder adquisitivo, no tenía derecho a soñar. Y si lo intentaba se adentraba en el rechazo de la sociedad.
Desde bien pequeña, la llama taurina ardía en los adentros de Dolores Gómez Rodríguez. A Lola le entusiasmaban las películas de temática taurina donde los toreros eran aclamados en honor de multitudes tras protagonizar gestas delante de los cornúpetas. Ella quería sentir el calor del público y el riesgo de jugarse la vida para conseguirlo. Pero, como tantas otras mujeres, en su casa la tomaron por ingenua y la mandaron a servir a Murcia para que consiguiera dinero y se dejara de cosas que no podía cumplir.
Ser torera en los años 50 era algo prohibido. Una mujer no podía darles pases a los toros. Era inmoral, impropio, poco decente para las señoritas. En 1908 se dictó una Real Orden, firmada por el murciano Juan de la Cierva, en la que a las mujeres se les prohibía torear. Antes de que llegara esa prohibición, las que se vistieron de luces eran vilipendiadas en la prensa. Las mandaban literalmente a fregar. Los cronistas masculinos, muchos de ellos bujarrones, omitían que había algunas que toreaban mejor que alguno de los hombres que se enfrentaba a los toros. Si alguna mujer era buena, rápidamente salía el rumor de que era un hombre vestido de mujer. Véase el caso de La Reverte o de La Fragosa.
La norma fue derogada durante la II República, pero después de la Guerra Civil, la dictadura de Francisco Franco la volvió a instaurar.
Dolores llegó a servir a la casa de Bartolomé Fernández Herrera, en pleno Barrio del Carmen de la capital de la Región de Murcia. Lolita, como le llamaba su “señorito”, además de ejercer de empleada de hogar, también atendía un negocio hostelero que su jefe tenía en el mismo barrio y al que iban los toreros para celebrar con vino sus triunfos o apagar sus amarguras. Lejos de extinguir el amor por el mundo del toro, llegar a la casa de Bartolomé echó leña al fuego de la afición de la joven Dolores, que en sus ratos libres se escapaba con los toreros para torear de salón.
Manuel Cascales llegó a convertirse en su ídolo. Dolores pensó que ella también era capaz de conseguir esa gloria para poder darles a sus padres, ya en edad avanzada, una jubilación buena.
Sin haberse puesto delante de un animal nunca, Dolores asistió al festival taurino celebrado en La Condomina el 19 de Diciembre de 1954 con motivo de la “Campaña de Navidad” con la intención de demostrar que ella era mejor que Manuel.
Vestida con unos pantalones azules y una blusa blanca, se sentó en el tendido escondiendo una muleta y un estoque de madera, esperando a la mejor oportunidad para saltar de espontánea.
Cuando salió el sexto animal, aprovechó un despiste y saltó rápida al callejón para intentar irse a la cara del novillo. Cuando subía la barrera, presta a pisar el ruedo, los agentes de la policía la detuvieron, aunque ella puso una gran resistencia.
Mientras Cascales triunfaba de manera rotunda y los olés sonaban, ella tuvo que hacer el paseíllo hacia la comisaría escuchando mientras era trasladada por el callejón de la plaza las barbaridades de la sociedad machista que pasamos de reproducir.
Unos días más tarde era entrevistada en el Diario Línea de Murcia poco más que como una delincuente. El periodista la mandó a casa y que se buscará un marido, y ella defendió su honor y el de todas las mujeres que buscaban su destino: “debemos estar equiparadas en todo a los hombres”. Lola siguió reivindicando su derecho a dedicarse a lo que ella quería y terminó zanjando la entrevista así: “No me haga el artículo. He tenido un novio once años y terminé con él por lo del toreo”.
El toro estaba en su cabeza y eso lo reflejaba todos los días en su trabajo. Bartolomé Fernández y su mujer entendieron que lo de “Lolita”, “La Moratallera” como la llamaban las personas de su circulo más cercano, era una pasión y se decidieron a ayudarla para que pudiera conseguir su sueño.
En 1955, Dolores, gracias al dinero y los contactos proporcionados por su jefe, tentó en las mejores ganaderías salmantinas acompañada por las figuras del toreo de la época. Poco a poco fue cogiendo confianza delante de los animales hasta el punto de debutar ante el público en Francia, ya que en España era imposible hacerlo.
El 13 de Mayo de 1956 toreó su primer festejo en la plaza de Manosque actuando junto a Ramón Gallardo y Aguado de Castro.Los aficionados franceses se volvieron locos con ella, obteniendo un triunfo sonado.
Volvió a torear en algunas plazas francesas más en mano a mano con Sonia González, en festejos en las que ambas protagonizaban momentos de gran rivalidad.
Su buen hacer en Francia le sirvió para ir a torear también a Portugal. Lo hizo en la plaza de toros de Campo Pequeño en Lisboa el 3 y el 5 de julio, alternando en mano a mano con la novillera americana Patricia Hayes, obteniendo también el triunfo.
Pese a la prohibición española, Lola consiguió burlar a la ley y toreó en las plazas de Muro (Mallorca), Pego (Alicante) y Alcantarilla, donde sus paisanos pudieron verle realizar lo que ella más amaba, el toreo.
Luego, su apoderado y ya ex jefe Bartolomé Fernández, intentó que marchara a México para presentarse ante su afición.
Su carrera fue a menos en cuanto a contratos por las dificultades que le ponían los novilleros para torear con ella. Que una mujer pudiera pintarles la cara era una vergüenza para ellos.
Lola Gómez, “la Torera”, estableció su residencia en Francia, se casó y tuvo dos hijos.
En su pueblo le pusieron una calle, ya no solo por lidiar en las plazas, sino por torear a unas leyes sin fundamento.
Dolores Gómez fue una pionera en la lucha de los derechos femeninos. En 1974 vio su anhelo hecho realidad, al ver como España reconocía otra vez los derechos de las mujeres sobre el albero gracias a la lucha en los tribunales de otra torera, la alicantina Ángela. Luego llegarían Mari Fortes, Alicia Tomás, Maribel Atiénzar, Cristina Sánchez, Mari Paz Vega….., o las también murcianas Verónica Rodríguez y Conchi Ríos, que logró salir a hombros por la Puerta Grande de la plaza de toros de las Ventas de Madrid en una novillada nocturna memorable.
Por FRAN PÉREZ (@frantrapiotoros) / EL MULETAZO