Era negro, estrecho, de mano larga y largo lomo, casi hasta alcanzar los seis quintales. Salió en sexto lugar el día que confirmaba su alternativa Fernando Adrián, pero se llamaba Cóndor y cayó en manos del peruano para sacar del tedio a la parroquia venteña que cubría los tendidos de la plaza. En una tarde de genios, rabietas, desiguales hechuras y la presentación típica de cuando eligen los veedores de las figuras y no los ganaderos, hasta se agradeció el dócil ademán de humillar y repetir del mentado Cóndor, que embestía igual que embestirían las borricas si tuviesen cuernos. Y el hierro de Victoriano, claro, porque siempre echa un toro con posibles. Y este de hoy tenía muchas.
Porque Cóndor no fue el toro que soñarás toda la vida, sino el que deseas que te salga a menudo, sobre todo cuando no están funcionando las cosas, como sucedía hoy. En tarde de atemperar genios venidos arriba por la falta de raza, el Cóndor pasó en el sexto acto por la muleta de Roca Rey. Pasó por ella con su humillador ademán, su lento caminar, su cierta calidad al volcar la cara y su invitación tácita a tirar despacito del trapo rojo. Pasó y pasó sin recordarle al torero cuentas pendientes de minutos antes ni prometerle la gloria de una leyenda escrita tal día como hoy. El Cóndor pasó; y Andrés tuvo presta la muleta.
Pero ante esa muleta tersa, deseosa de más enemigo, Andrés se conformaba con la calidad de la borrica con cuernos, dado que no le había ido bien con la falta de sal que le dio el tercero. Ya en el inicio por cambiados de rodillas vino a decir Andrés que su estatus está bien defendido, que su forma de asustar -que pretendió copiar Adrián para quitar a sus toros- sigue siendo sólo suya y que la falta de raza que supuraba el Cóndor la suplía él con entrega y voluntad. Y casi le sale la apuesta, porque Madrid se contagió de su entusiasmo y de su raza, y aplaudió cada tanda, cada pasarlo por delante y por detrás, cada ponerle el trapo y dejar que lo siguiese. Lo aplaudió todo porque Madrid no había tenido qué llevarse a la boca hoy.
Ni siquiera una faena redonda de un ganador de la Copa Chenel, porque Fernando Adrián notó -pese a su apuesta firme- los nervios en el toro de la ceremonia y de los nervios con el quinto, un Corchero temperamental con el que fraguó una reyerta el madrileño. Pero lo pinchó. Con el toro de la confirmación decidió ejercer de Roca Rey y torear por su palo a un animal que carecía de fijeza para garantizar esa suerte. De rodillas en los medios y toro para allá. Y el público, carente de cariño con él, lo ignoró tras las dos actuaciones.
A Manzanares ni eso le pudieron hacer, porque le extrajo una tanda soberbia al segundo con la mano derecha, una tanda a la que se había fijado todo el foco de ayer. Cuando se la pegó, como bien intuían los aficionados, se acabó el toro. El Soleares que hizo cuarto, caballón feo y manilargo, era una vaca vieja de 600 kilos con el perfil escasito y sin un pìjo de ganas de embestir. Lástima que no tuviera abuelos. O que no pasase, como el Cóndor…
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, duodécima de abono. Lleno de ‘no hay localidades’.
Toros de Victoriano del Río. De presencia muy justa y fea hechura para esa casa. Entregado pero justo en el físico el primero; de movilidad sin fondo el segundo; de cierta calidad sin raza el insulso tercero; anodino y sin virtud la borrica cuarta; manso con genio el temperamental quinto; obediente cual santo el noble sexto.
José María Manzanares (azul rey y oro): Silencio en ambos
Fernando Adrián (grana y oro): Ovación con saludos tras aviso y silencio
Andrés Roca Rey (azul rey y oro): Silencio y ovación con saludos tras dos avisos
INCIDENCIAS: Se guardó un minuto de silencio en memoria de Miguel Baez Espuny ‘Litri’ en el día de su fallecimiento.
FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO