Por ustedes, sí. Por los que soportaron las estrecheces del tendido en la tarde de ‘no cabe un alfiler’; por los que fueron tragándose, uno por uno, toros de genio vivo y raza muerta; por los que tuvieron paciencia para soportar con el culo en la piedra que la ocasión mejor fuera antes de que concluyese el festejo; por los que habían pagado su entrada para ver el espectáculo que siempre promete un torero como Roca Rey. Por ustedes, sí, que son el fruto de la irrupción del peruano en el toreo y tapan el cemento gris, pero no tienen por qué tener cultura taurina. Y aplauden lo que les gusta, tenga mayor o menor dificultad. Por ustedes, que pasan por taquilla y sostienen el espectáculo tanto o más que el que se dice experto en el rito, se jugó la vida esta tarde Andrés Roca Rey en la primera plaza del mundo.
Lo hizo con un toro quinto de cuerna arremangada, pitones astifinos y colocados por delante, cabos finos, cuello largo y lomo recto, eterno desde la testud hasta la penca del rabo. Ese toro quinto, que humilló sin entrega en los percales, topó abajo con fijeza en el peto y salió desentendido de todos los trapos menos el de Ambel -que hoy sustituía a Viruta- tenía de bravo lo que Andrés de tonto, y por fuerza debía generarse la chispa. Debía porque Andrés no juega a perder, porque sabe que tiene en la espalda el peso de la taquilla y porque maneja el secreto de cuajar a estos mansos de huída hacia adelante. Y cuando le vio la condición, supo que ya lo tenía.
Así que se fue a pegarle estatuarios y pasarlo por la barriga para terminar con un desdén que Andrés sabía que le haría daño a su escasa raza. Y no se equivocó; burlado el manso, buscó chiqueros. Pero era allí donde se la tenía guardada Andrés, que lo pasó para colocar su cuerpo entre el toro y los chiqueros. Sabía que le iba a apretar y confiaba en hurtar el cuerpo a tiempo para asombrar al tendido sin lamentar desgracias, y para continuar por abajo templándole el viaje lo que podía y sin quitarle la muleta de la cara. Ganó el paso en lugar de perderlo, aprovechó el hilo de las tablas para ir cambiando las manos, y arrancando así los arreones del manso hasta las manoletinas finales. Que fueron de pastillita bajo la lengua, por cierto.
Había cambiado el sino de una tarde anodina de trapazo va y trapazo viene con una colección de mansos con genio exhibiendo capas castañas y negras. A esas alturas le pitaban los custodios, que veían que un tipo podía abrir ‘su’ Puerta Grande -de la que han dejado de ser dueños- a base de testiculina. Pongo la mano en el fuego por el buen juicio del presidente, pero nunca sabremos si habría sacado los dos pañuelos de haberlo sentado de culo. Pero pinchó, y los pitos quedaron en llamadas de atención a destiempo a un tío que estaba devolviendo el precio de las entradas. Por eso iba por ustedes. Por todos ustedes. De lo demás podemos hablar cualquier otro día.
Hoy era día de reconocer el gesto de Ginés Marín de reaparecer con los puntos aún frescos -y saludó una cariñosa ovación-, pero sobre todo lo era de reconocer los tres o cuatro naturales que le pegó al sexto aprovechándole el viaje bajo el tendido 5. En cuanto a calidad, pudieron ser de lo mejor de la tarde, porque el tercero fue un semoviente sin entrega que dejó inédito al extremeño. Y Diego Urdiales se fue por donde vino sin calificar por incomparecencia bovina. Así las cosas, el grueso del público que hoy abarrotó Las Ventas sabe que tiene que agradecer el esfuerzo al torero peruano. Aunque no sepa ponerle nombre a las cosas que hizo hoy.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas. Decimoctava de la Feria de San Isidro. Corrida de toros. Lleno de No Hay Billetes.
Toros de Fuente Ymbro, amplios, grandones y bien comidos. Noblón con la fuerza muy justa el bondadoso primero; con clase y entrega el buen segundo; incierto y sin raza el inválido tercero; con genio y violencia el zorrón y viejuno cuarto; áspero y desentendido el rajado quinto; bravucón de arreones constantes el geniudo sexto.
Diego Urdiales, silencio y silencio.
Roca Rey, ovación y ovación.
Ginés Marín, silencio y ovación.
FOTOGALERÍA: LUIS SÁNCHEZ OLMEDO