El pasado lunes se conocía la triste noticia del fallecimiento de Jesús Quintero, un referente periodístico que traspasó las fronteras de España. Un periodista con una forma muy particular de hacer entrevistas, ya que a él le gustaba tener conversaciones con sus invitados. En ocasiones había que templarlos y en otras sacar el colmillo, pero siempre de una forma en la que el invitado acababa abriéndose y contando aquello que quería Quintero.
Referente para muchos, Quintero marcó siempre una pauta a la hora de contar historias, por queso es lo que hacía; ponía una historia sobre a mesa e intentaba que el protagonista conversara de la misma. Gran amante del mundo del toro, se codeó con grandes personajes de este mundo, y uno de ellos fue Manolo Molés, uno de los periodistas más experimentados de la Fiesta.
«Triste noticia. Nos deja Jesús Quintero, El Loco de la Colina. No era un loco, era gran profesional, distinto de verdad. Me entrevistó y yo a él. Culto, manejaba el diálogo y los silencios con enorme talento. Irrepetible, enamorado del periodismo. Maestro cuerdo que no olvidaré», escribía en sus redes Manolo Molés tras conocer su fallecimiento.
Triste noticia. Nos deja Jesús Quintero, El Loco de la Colina. No era un loco, era gran profesional, distinto de verdad. Me entrevistó y yo a él. Culto, manejaba el diálogo y los silencios con enorme talento. Irrepetible, enamorado del periodismo. Maestro cuerdo que no olvidaré. pic.twitter.com/frTIMpwPiE
— Manolo Molés (@ManoloMoles) October 3, 2022
En dicho mensaje iba adjunto un vídeo de una de las entrevistas que el popular periodista onubense (San Juan del Puerto – 18 de agosto de 1940) le hiciera en Televisión Española al castellonense Manolo Molés (Alquerías del Niño Perdido – 2 de abril de 1940), el cual sigue pese a su veteranía al pie del cañón en su faceta de periodista taurino y en la cual se contaba una anectoda muy graciosa sobre la figura de este genial torero.
La anécdota que Manolo Molés narró a Quintero
«Toreaba Luis Miguel en Zaragoza y un espectador no paraba de meterse con él. Que si arrímate, que si crúzate, que si así no, que si así tampoco, que si esto, que si lo otro… harto de aquella letanía, el matador pidió que le identificaran a aquel espectador tan exigente y descontento, resultando ser el propietario de una conocida óptica de la ciudad».
«Como toreaba en aquella plaza unos días más tarde, aprovechó para visitar a su intransigente denigrador y, una vez en el establecimiento fue el propio vociferante aficionado quien amablemente le atendió».
¿Qué desea el caballero?
Unas gafas, que no veo bien. Pruébese estas.
Luis Miguel se las puso y, dirigiéndose a su interlocutor, le dijo:
Oiga, estas gafas deben tener algún defecto. Con ellas sólo veo hijos de puta.
El vendedor, sin inmutarse, se hizo el sorprendido
No me diga, a ver, déjemelas a mi- y, colocándoselas, miró fijamente al torero y le dijo;
¡Ah, pues es verdad, tiene usted razón, con estas gafas sólo se ven hijos de puta!
«Aquella salida le hizo gracia a Dominguín que terminó haciéndose muy amigo del óptico» acabó comentando Manolo Molés.