José María Manzanares, tras la lidia del segundo, con el que fue ovacionado tras pincharlo, señaló que “el animal, de salida, marcó que estaba rajado, y a partir del tercer muletazo él ya siempre buscaba el irse y había que provocarlo de nuevo. Las series no podían ser más de cuatro o cinco muletazos, pero a pesar de ello humillaba. Al entrar a matar no me ha ayudado nada y suelo pinchar de vez en cuando…”.
Tras el apéndice al segundo de su lote, dijo que «yo tenía fe en el quinto, he ido dándole confianza y al final ha llegado la oreja. Había que enseñarle de una forma suave.