Paco Camino ha muerto a los 84 años. Su amplia biografía seguirá reflejando su talento y magisterio torero, de auténtica figura; porque ha sido, y es el camero, no hay duda, uno de los más grandes de la historia.
No haría falta echar mano de los números para ensalzarle, porque las mejores cifras serán siempre el recuerdo de su estilo y personalidad en el ruedo, el eco de sus triunfales actuaciones como poso para los anales. Aunque hay datos en su carrera que conviene pregonar, ya que resumen la importancia que ha tenido como torero: ha salido doce veces por la Puerta Grande de Las Ventas -doce salidas a hombros, hay que precisar- y ha cortado 49 orejas en esta plaza a lo largo de su carrera.
Esto en Madrid. Pero, además, sus triunfos de absoluto clamor, abarcan todo el mundo.
En 2020 se cumplieron asimismo sesenta años de su alternativa, que tomó en Valencia, en 1960, cuando tenía sólo 20 años. E igualmente, hace cincuenta años, el 4 de junio de 1970, toreó en Madrid una de las corridas más memorables de la historia del toreo, en la que se anunció en solitario con seis toros de diferentes ganaderías, logrando un triunfo sin precedentes.
Maestro de maestros, con poderío e ingenio, con personalidad y arte, con capacidad para pensar y resolver en la cara del toro y esto por citar sólo unas pocas de las muchas virtudes que le adornan como torero in-com-pa-ra-ble.
DOMINIO DEL TORO
No es bastante con cantar sus verónicas, esos lances de inmaculado trazo y potente dominio, además de la personalísima interpretación que hizo de la chicuelina, la airosa chicuelina, que él perfeccionó dándole un toque sandunguero que ya hubieran querido los mismísimos ángeles toreros. Qué grácil y dominador el capote de Camino.
Y su muleta, para la que tampoco hay suficientes alabanzas. Muleta tan segura que a algún crítico de la época , sin embargo, le pareció tan fácil en su forma de manejarla, que intentó restarle méritos colgándole un injusto sambenito. Qué barbaridad. Cuando lo difícil era precisamente eso: hacerlo fácil, y sumamente natural.
Camino da mucho que hablar, sobre todo para alabarle. Cómo fue su mano izquierda, en el conjunto de su muy sereno y elegante toreo.
Por su forma de colocarse y citar con el medio pecho por delante, su compromiso de quietud y su noción del temple. Y por esa seguridad y pasmosa lentitud para recrearse en la interpretación de las suertes, por ejemplo, la estocada, casi siempre certera y segura. Ése es el valor puro y duro de los toreros. El valor nada menos que de Paco Camino.
No se habla mucho de su valentía, quizás porque su estilo no tiene aspavientos, sin embargo, no hay que olvidar el valor de Camino, muy presente en su personalísima concepción del toreo, lo que significó a lo largo de su carrera 30 percances, dos de ellos muy graves, como la escalofriante cornada de Aranjuez en 1980, cuando un toro de Baltasar Ibán le atravesó el cuello.
De tal manera habría que inventar calificativos para proclamar definitivamente esa genialidad de su carácter y modo de torear. Porque le llamaron sabio, pero fue más. Fue, hay que anotar, valiente y artista; fue intuitivo y capaz, elegante y poderoso. Fue todo Paco Camino como torero.