Muchos han sido los toreros que han soñado con tocar la gloria y pocos los que han llegado a saborearla. Desde hace unos años a esta parte la tauromaquia ha pecado de mirar los números y las estadísticas por encima de las emociones. Los fríos números no siempre dan una perspectiva objetiva de un triunfo, ese que muchas veces queda eclipsado por una faena que revienta las costuras del toreo.
Desde que Sevilla puso en un corte numérico de orejas la salida por la Puerta del Príncipe, esta fue poco a poco perdiendo su sentido en detrimento de esos números que antes poníamos sobre la mesa. Triunfos de esa envergadura no siempre han ido ligados al corte de orejas, sin ir más lejos muchos espadas y novilleros eran izados en hombros paseando menos orejas que su compañero de terna. Un momento actual donde no se da suelta al arrebato ni la improvisación por miedo a salirse de unos cánones, toreros como Morante nos han devuelto esa tauromaquia del pasado que muchos añoran en recuperar.
El hispalense reconoció en una entrevista a ABC que ya en la tarde del rabo andaba golpeado por esa enfermedad que tanto daño le está haciendo, esa que nunca se despegó de él como una sombra tenebrosa que caminó junto a uno. Antes de ese paseíllo en Sevilla, el cigarrero había estado tentando en la vacada gaditana de Lagunajanda, una casa ganadera de enorme vitola tanto por la bravura de sus animales como por el cariño y el respeto que esta familia trata a todo aquel que entra por la puerta de Jandilla.
Una tarde primaveral donde José Antonio se sintió con una erala jabonera de la casa, un animal que le hizo recobrar la sonrisa pese a sobrevolar sobre su cabeza esos fantasmas que un tiempo después le alejarían de los ruedos. Una jornada de tentadero que todos los aficionados han podido ver y recordar gracias a la publicación de unas imágenes en redes sociales publicadas recientemente.
“Aquella tarde de abril de 2023 apenas un par de semanas antes del famoso rabo de Sevilla, el genio influyó al aire del campo de magia e improvisación y así, llenando nuestros pulmones, sentimos que de lo vivido siempre quedaría algo en nuestras almas… En una tarde donde incluso llegó a poner banderillas…”, comentaba Salvador de la Puerta en sus redes sociales. Un vídeo que acompañó de un texto que finalizaba de una forma muy particular: “… Repasando el móvil en ocasiones se encuentran tesoros que no vale no compartirlos…”
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Fue una tarde que rompió en dos la carrera de un espada que venía de cincelar obras magistrales en una plaza donde no siempre se había sentido comprendido. Pero como se suele decir, “agua pasada no mueve molinos”, de ahí que el cigarrero nunca mirara hacia atrás con rencor o inquina. En su libro Crónicas de un Genio, Manolo Viera hiló fino destacando varios puntos interesantes existentes esa relación entre José Antonio y Sevilla, esa que muchas veces pudo ser fría, pero nunca dejó de ser pasional.
Esa pasión que se vivió aquella tarde del rabo, un cisma de proporciones inimaginables que llevó a la catarsis más absoluta a un coso que ya hacía tiempo que se le había rendido pleitesía a Morante de la Puebla. Una obra diseminó a la perfección Juan Guillermo Palacio en una columna publicada en este medio horas después del suceso: “En la faena de Morante, su cuerpo, el del toro y los vuelos de las telas se integraban en formas geométricas armónicas, en medio de la adrenalina y el espasmo. La poética de su tauromaquia se embelleció con maneras de antaño. Era como ver a muchos toreros a la vez. A Joselito el Gallo, a su hermano Rafael, a Belmonte, a Antonio Montes y a Chicuelo. Imágenes en blanco y negro de sus estilos de torear, se insertaban como flashazos cinematográficos cuando José Antonio ejecutaba faroles, tafalleras, gaoneras y recortes en contravía”.