Hablar de Morante de la Puebla es hacerlo de un espada único, genuino, un torero al que le caben una amalgama de suertes y conceptos del toreo, esos que adapta a una tauromaquia por momentos sutil, por momentos barroca. Pero Morante de la Puebla no sería lo mismo sin José Antonio: ambos se complementan, son dos vasos comunicantes, nutriéndose el uno del otro. Sin embargo, para vivir esas tardes mágicas también tiene que aparecer la inspiración, el duende, las musas, esas que revolotean junto a los vencejos de La Maestranza algunas tardes de primavera o en esas fechas donde el verano da paso al otoño.

A José Antonio le encanta resucitar antiguas suertes del toreo, esas que luego lleva a la plaza para sorprender a todos y cada uno de los aficionados que lo observan desde el tendido. Un torero que es una caja de sorpresas constante, un espada que ha sabido empaparse de figuras como Joselito “El Gallo”, pero que nunca ha dado la espalda a Juan Belmonte. Amante de la Edad de Oro del toreo, gusta de nutrirse de ella en suertes del toreo o en su forma de vestir en la plaza, buscando bordados, sedas y colores que ha rescatado del olvido gracias a su interés por lo antiguo.
Han sido muchas las veces que José Antonio ha sorprendido a los aficionados. Una de ellas ocurrió en la temporada prepandemia, en mayo de 2019, cuando emuló al añorado Joselito con un gesto que fue interpretado erróneamente por muchos: un guiño a su ídolo, una imagen que dio la vuelta al mundo a través de las redes sociales y de la que incluso se hicieron eco ciertos animalistas, quienes aprovecharon el momento para arrimar el ascua a su sardina. Morante siempre lleva un pañuelo en su chaquetilla, ese que sobresale de uno de los costados, un adorno que esta vez fue utilizado en un momento de inspiración.
“En Morante nos fijamos principalmente en su arte, pero es uno de los toreros más valientes del escalafón, y quizás el más estudioso de la tauromaquia”, escribía en sus redes sociales Fernando Segura. O como comentaba un seguidor del espada de La Puebla del Río tras el suceso vivido en La Maestranza: “Hay algunos que sí lo han llevado, sobre todo los antiguos. Creo que a partir de los años 70 empezaron a verse menos, pero antiguamente era muy normal que se usaran; de hecho, están en unos pequeños bolsillos de la chaquetilla”.
Pero no lo hizo como un gesto de desprecio o burla, sino como un homenaje a un animal con el que había podido sacar todo lo que llevaba dentro. No fue un toro sencillo —le faltaron cosas al de Jandilla—, pero le sirvió al cigarrero para dar un paso adelante tras el golpe sobre la mesa que había dado Pablo Aguado en el toro anterior. Una tarde donde la anécdota estuvo en ese gesto de Morante, pero donde la grandeza de esta fiesta se vivió con varias faenas de gran calado, que hicieron de aquel 10 de mayo una jornada histórica.
