Muchos aficionados la han catalogado como la mejor faena que han visto en La Real Maestranza de Caballería desde que llevan sentados en su piedra; otros la han visto como una obra de arte tan imperfecta como genial, e incluso hay algunos que reconocen que no volverán a ver algo igual. Todas estas opiniones venían de abonados Sevilla, aficionados que llevan toda una vida viendo toros en en esta plaza. Esos que se emocionaron como nunca con una faena irrepetible, esa que el torero de La Puebla del Río regaló a todos los presentes el pasado 23 de septiembre.
Pero también había opiniones contrarias de muchos aficionados que no habían percibido dicha faena como histórica. Esas opiniones venían en su mayoría de aficionados que no estuvieron en la plaza y que sí la vieron por la pequeña pantalla. Apreciaron la faena, pero no palparon aquello que sintieron los que estuvieron en el coso del Baratillo.
Por eso es indispensable ir a la plaza pese a darse el festejo se de por televisión, porque in situ todo se engrandece y magnifica más, tanto el triunfo como el fracaso, y el toreo muchas veces no es razón o lógica y sí pasión y entrega. En la plaza las sensaciones son otras; la pasión antes citada se desborda y eso crea un clímax difícilmente apreciable por la televisión.
La faena de Morante de la Puebla al cuarto de la tarde fue un terremoto, un alboroto, un continuo sube y baja de emociones. Sevilla parece que sigue inalterable en el tiempo, pese a la bisoñez de los nuevos aficionados hay ciertos códigos que parecen inamovibles e inalterables en el tiempo. Gente que va por primera vez a la plaza y sin saberlo se comporta como llevaran viniendo desde hace años. El silencio, los olés roncos, el bien a tiempo, saber apreciar el sentido de la medida, cosas que vienen innatas en el sentir del sevillano aunque este no lo sepa.
Por eso la faena de Morante de la Puebla rebasó todos los límites y debe quedar fuera de catálogo. Desde la pandemia a esta parte el sevillano ha realizado tres de las obras más importantes de los últimos años. Una a un noble y enclasado toro de Juan Pedro el pasado San Miguel, una posterior a un animal encastado de Garcigrande esta pasada Feria de Abril y esta última del pasado viernes a un toro de difícil de descifrar por su multitud de matices.
Claro que a o largo de los últimos cincuenta años, o quizás más, Sevilla ha visto grandiosas faenas, a toros de todo tipo, de toreros como Ruiz Miguel, Campuzano, Espartaco, El Cordobés, Curro Romero, Manzanares o José Tomás, pero ninguna con ese trasfondo que tuvo la de Morante. Y no lo digo yo, pueden preguntarle a banderilleros, toreros o aficionados ilustres que tras el tsunami del de La Puebla reconocieron que de matarlo por arriba hubieran pedido los máximos trofeos.
Otra cosa es la decisión de Gabriel Fernández Rey, un presidente ecuánime como pocos y que gracias al consejo de sus asesores, y como no, de su valentía a la hora de tomar decisiones, dejó a ese cuarto animal en el ruedo pese a las protestas del respetable. Algo le vería al toro y a un Morante que no perdió la calma en ningún momento.
Por eso, creo firmemente que no hubiera sido excesiva la concesión del rabo en dicha faena -de haber viajado certero el acero-, primero por lo realizado en el ruedo y segundo por todo lo que hubiera representado. El Cordobés y Ruiz Miguel fueron los últimos en cosechar un triunfo de tal magnitud, uno ante un toro de Carlos Núñez y otro ante un animal de Miura, sin duda de haber entrado la espada Morante hubiera entrado en esa terna que pasará a la historia.
20 de abril de 1964, 25 de abril de 1971 y 23 de septiembre de 2022 son fechas que la historia deberá recordar de por vida, porque la grandeza de las faenas, conceptos a parte, merecen el mayor de los reconocimientos por parte del aficionado, de lo contrario estaríamos faltando a la realidad.
Con el mal uso del acero por parte del sevillano, el presidente, respiró en cierto modo, de lo contrario le hubieran puesto en un brete a la hora de la toma de una decisión trascendental en la historia de la tauromaquia. Sin duda, de haber tenido ese problema, Gabriel hubiera tomado la decisión correcta pese a que esta fuera en un sentido u otro.
La Puerta del Príncipe se quedó entreabierta, se escapó el triunfo por una pequeña rendija, de haber cortado los máximos trofeos, el diestro sevillano hubiera cruzado el umbral de la Puerta del Príncipe como marca el reglamento taurino andaluz. Pero visto lo visto lo importante fue lo realizado en el ruedo, en esta ocasión, los trofeos eran lo de menos, aunque cueste decirlo, el recuerdo de este 23 de septiembre quedará guardado en de por vida en la mente y el corazón de todos aquellos que la presenciaron.