Pablo Aguado selló, ante el tercerode Domingo Hernández esta tarde en La Maestranza, una genial obra con la que volvió a emocionar a Sevilla, pero el mal de aceros impidió que la cobrase en premios. Así la narramos:
No gustó de salida el tercero, un toro manilargo y muy cuesta arriba que buscó los terrenos de sol, ese al que intentó frenar sin suerte Pablo Aguado antes de pasar por el jaco en un tercio de varas donde el toro empujó con más genio que bravura. Una mansedumbre que volvió a palparse tras ser castigado por el caballo que hacía puerta. Aprovechó Aguado la inercia y la pasadora embestida del astado salmantino para dejar un jaleado inicio de faena donde buscó siempre torear a favor del animal. Todo lo quiso hacer con suma despaciosidad ante un astado que venía dormidito. Toro que tenía que venir provocado, ese al que había que llegarle al hocico para que este tomara la pañosa. Muy inteligente estuvo Pablo, dejándole siempre la muleta muerta y tirando de él con templanza. Acarició la embestida de un astado por el que apostó desde el principio, un toro complejo que tendía a querer irse, a arrollar. Acertó en dejársela muerta y tirar de él, aprovechó esa tendencia a tablas para dibujar naturales de gran pulso y naturalidad, esa que ya es seña de identidad de este torero. Faena desigual pero con fases de toreo al ralentí, una obra que quedó aderezada por molinetes, pases del desdén y remates por bajo de pura sevillanía. Se atascó con el acero con el toro ya muy cerca de chiqueros, saludando este una cariñosa ovación por parte de una plaza que vivió con atención todo aquello que se hizo en el ruedo.